Desde aquel inolvidable 11 de marzo de 2004, cada vez que los españoles hemos pasado por las urnas, he experimentado un irreprimible sentimiento de temor. No, yo no creo que sea un timorato, no. Estoy convencido y acepto que la vida terrena conlleva como punto final el tránsito a la muerte. Ello nos iguala a todos cualquiera que haya sido el papel representado en el "gran teatro del mundo". Pero sólo el creador de la vida tiene la potestad de quitarla.
Mi temor a las jornadas electorales arranca de aquellos malditos días en que algunos, con fines inconfesables aunque imaginables, segaron la vida de mi hijo y de otras 191 personas; tres días después, perdí a mi hermano por un derrame cerebral, no dudo de la relación de ambas pérdidas. Los triunfos electorales de aquellos días fueron para nosotros los días más amargos de nuestra existencia. En 2008, también en proceso electoral, otra familia sufrió la pérdida de un ser querido. Ambos hechos no fueron fruto de un accidente, mas bien lo fueron de una calculada planificación. ¿Carezco de motivos para sentir temor ante las elecciones?
El pasado 20 de noviembre, fecha inolvidable para todos los españoles, nos hemos visto conducidos a participar de manera activa o pasiva en unos comicios que, según todos los expertos, eran de urgencia manifiesta dada la grave situación económica, social y política en la que estamos inmersos. Aparentemente, como en las dos ocasiones precedentes, no había motivos para temer que el terrorismo participara en esta ocasión con aquello que le caracteriza, el atentado. Las razones esgrimidas para justificar la masacre de los Trenes de Cercanías no sólo siguen siendo válidas para justificar lo injustificable, sino que a ellas se pueden añadir los tres problemas más graves percibidos por la sociedad española: el paro estructural, la crisis económica y la ineficiencia de la clase política. Al menos, los dos primeros, no eran lo acuciantes que lo son hoy. Las causas que se barajaron para justificar el sanguinario atentado siguen vivas como entonces: la guerra (cambiando Irak por Afganistán y Libia), Al Qaeda (añadiendo lo del "Magreb Islámico") y quizás las "células durmientes", pero algunos de sus miembros siguen vivos y haciendo una vida normal (hermanos Almallah). Sólo falta la figura de Ben Laden que no fue juzgado ni condenado por el juez Bermúdez. Nos dicen que murió a manos de un comando norteamericano pero, entre la documentación incautada, hasta hoy, no se ha difundido nada relacionado con los atentados de Madrid.
No creo que algún lector pueda deducir que intento reclamar más atentados en procesos electorales. Nadie como una víctima del terrorismo para desear que ningún ciudadano tenga que experimentar la pérdida de un ser querido o las secuelas de un atentado a manos de los que algunos se atreven a llamar "hombres de paz". Tampoco creo que ello sea motivo para felicitarnos o felicitar a los terroristas.
Durante la precampaña electoral y los días previos a las votaciones, que no elecciones, nos han abrumado, tanto los políticos como los medios de comunicación, con un sinfín de encuestas e informaciones irrelevantes; hemos podido presenciar una tragicomedia titulada "debate electoral", pero algunos hemos echado en falta un balance riguroso y objetivo de la acción de gobierno o las legislaturas precedentes; tampoco hemos escuchado programas de gobierno, sólo alguna que otra promesa electoral que, como dijo Tierno Galván, son para no cumplirlas.
El terrorismo, especialmente el relacionado con el 11M, ha sido el gran tema olvidado en este proceso electoral. No puedo entenderlo, ni como ciudadano ni, mucho menos, como víctima. Máxime cuando, pasados casi ocho años, no tenemos respuestas a las preguntas que todos nos seguimos haciendo: ¿quién ha sido? ¿Por qué? ¿Para qué? Yo quiero pensar que si a los candidatos actuales, prácticamente los mismos de marzo de 2004, no les interesa hablar del esclarecimiento de la mayor masacre terrorista de nuestra historia es por alguna "razón de Estado" o por "razón de partido". ¿Qué otras razones puede haber? Creo que a este nivel procede hacer la siguiente reflexión: si nuestra clase política no se ocupa de la prevención, la investigación, el esclarecimiento y el castigo de una conspiración que, de manera inesperada y sincronizada, segó doscientas vidas inocentes y dejó dos mil mutilados, ¿qué asuntos de relevancia podemos depositar en sus manos? ¿Acaso no pedían todos conocer la verdad de lo ocurrido el mismo día once? ¿Por qué han dejado transcurrir ocho años entre mentiras, silencios y premios a los que pusieron pruebas falsas, destruyeron evidencias e hicieron juicios sin descubrir a los culpables ni a la trama?
Como ciudadano emisor de voto me siento legitimado para solicitar a nuestros representantes legales que se retome la rectificación de la política contra el terrorismo. Sin la investigación del 11M, previa depuración de las responsabilidades de los que han permitido ocultar a los autores y encubridores de la masacre, cualquier proyecto de futuro de España carece de toda legitimidad moral. El baldón que pende desde aquel crimen ha condicionado nuestra historia más reciente, y lo seguirá haciendo mientras no se depuren todas las responsabilidades inherentes al mismo, desde la autoría hasta la ocultación de la verdad, por parte de todas las instituciones del Estado.
Algunos pueden celebrar la ausencia de atentados cruentos pero ¿no es un atentado incruento la presencia legal del terrorismo en las instituciones?