Para algunos el tiempo pasa muy rápidamente; los jóvenes en cambio creen que un año es una eternidad.
Las personas que padecen un dolor, sea físico o psíquico, padecen igualmente la lentitud del paso del tiempo. Los triunfadores de la vida, en cambio, experimentan la fugacidad de su paso. Diez años son una eternidad para algunos; para otros son sólo dos legislaturas y media.
Como vemos, podemos verificar la pertinencia del clásico que dice: "En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira...". Lo del mundo traidor, a veces, es una realidad, porque traidor es el que comete una traición, ¿y quién no ha cometido una traición más o menos grande? La verdad y la mentira en cambio me parecen realidades incompatibles; una mentira, por pequeña que sea, nunca podrá ser verdad, y a la inversa.
Hace diez años, alguien decidió quitar la vida a un gran número de personas. El maligno azar hizo que mi hijo Juan Pablo fuera uno de ellos. Todos eran personas anónimas, trabajadoras o no, pero no eran responsables directos de las dichas o las desdichas que aquejaban a España ni a sus habitantes. Mas bien al contrario, ellos contribuían con su esfuerzo al sostenimiento del Estado que regula y controla la seguridad y la convivencia de todos. En este caso no hizo ni lo uno ni lo otro. ¿Comenzó España a ser un Estado fallido ese día?
Creo que sólo quien haya perdido a un ser querido en un acto terrorista puede comprender el dolor que se experimenta. Si el ser querido es un hijo, aún mayor es el dolor, si cabe. Y si a esas circunstancias se le añade el no conocer la identidad de los criminales ni la de sus colaboradores, el dolor crece de forma incalculable. El culmen de la pena se alcanza cuando el Estado y sus instituciones colaboran en la ocultación de los hechos y en simular que se investiga y se hace justicia, cuando se hace lo contrario. Por si fuera poco, los medios de comunicación que viven simbióticamente con el Estado fallido impiden que la verdad nos haga libres y caminan en sintonía con el dueño de la finca. Todo ello, utilizando el olvido y el silencio, o la soflama, durante diez años; justo los más negros de nuestra reciente historia. ¿Habrá alguien de entre ellos que pueda empatizar con una víctima que piense de esta forma?
En este aniversario parece que la sordina impuesta por todos en años precedentes ha dejado paso a otro tipo de recuerdos que nos animan a avivar la esperanza de avancen las investigaciones pendientes. Según tengo entendido, habrá un funeral de Estado en la catedral de la Almudena, una exposición sobre recuerdos del 11-M, más los actos protocolarios en el Bosque del Recuerdo y en el monumento a las Víctimas en Alcalá de Henares; también en esta ciudad tendrá la concentración vespertina mensual, etc. Todos los actos en memoria y recuerdo son bienvenidos, pero no, no es esto lo que las víctimas que nos fueron arrebatadas querrían, y lo que queremos algunos en su nombre y representación es conocer toda la verdad y que se haga justicia con todos los autores (intelectuales, materiales, encubridores, falsificadores de pruebas, eliminadores de trenes, etc.).
Resulta razonable pensar que un atentado de tal nivel técnico, con tal cálculo de fechas y con tal precisión en la eliminación de evidencias, no pudo ser cometido por el único condenado. Si el caso ha recibido un trato tan ejemplar como algunos aseguran, espero que sea utilizado como ejemplo en los seminarios de Derecho Penal.
Si no he oído mal en la radio, el fiscal de la Audiencia Nacional que inervino en el juicio ha afirmado recientemente que los cadáveres de Leganés podrían haber sido los "autores intelectuales". El Tribunal Supremo no lo consideró así.