Inevitablemente, cada vez que se perpetra un ataque terrorista evoco –mental y sentimentalmente– nuestros atentados de los trenes de Cercanías.
Soy consciente de que cada atentado es único, a pesar de que haya elementos comunes entre algunos de ellos.
Las víctimas y sus familias, a veces, suelen desaparecer pronto de los informativos, a pesar de ser los sujetos pacientes de los atentados.
El reciente atentado de Berlín me ha creado la necesidad de desahogarme, como víctima, escribiendo estas reflexiones. Mi primer recuerdo y mi empatía van dirigidos a las víctimas y sus familias. La policía, los políticos y la justicia, teniendo un rol importante en estos casos, deben actuar, y suelen hacerlo, de forma profesional y especializada, como es lógico. El perdón es sólo fruto de la relación bilateral entre victimarios y víctimas.
En el caso del 11-M, partimos de una realidad muy diferente a la de otros atentados, sean masivos o personales y selectivos. Es evidente que no sabemos ni quién, ni cómo, ni para qué se explosionaron cuatro trenes. Si desde los poderes públicos nos pueden demostrar lo contrario –pasados casi trece años–, sus rectificaciones serán bien acogidas, si son verdaderas.
Hagamos un paréntesis en los hechos y repasemos las cosas que precedieron a los atentados y lo que se ha derivado de ellos hasta hoy. Desgraciadamente, no podremos ir más allá de la mera reflexión. Tampoco haremos un análisis exhaustivo de los hechos anteriores y posteriores.
En el período 2000-2004, podemos enumerar los siguientes hechos sociopolíticos: España, gobernada en un segundo mandato por el Partido Popular, entra en el euro, contra todo pronóstico. La posición de nuestro país en Europa y en el mundo se fortalece, quizá debido a su posicionamiento junto a EEUU. Todos recordamos aquellas frases de "España es un gran país" y "España va bien". Por cierto, nadie lo discutía, al menos públicamente.
La bonanza económica de este período coincidió con el impulso dado a la lucha contra el terrorismo de ETA. Nadie hablaba de yihadismo en España.
La guerra de Irak, en la que no fuimos un país beligerante, y el incidente del Prestige originaron manifestaciones ciudadanas contra el último Gobierno que hubo antes del 11-M. Justo cuando el presidente del mismo había prometido –y así lo hizo– abandonar la presidencia.
El Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Las reuniones secretas de Perpiñán entre ETA y ERC. La detención de sendos convoyes de ETA con explosivos. El de la provincia de Cuenca, al menos, era de Titadyn.
Esta panorámica desembocó en el mayor atentado de España en el siglo XXI. Creo que el pueblo español no podía sospechar que se cometiera esta matanza contra él. Aún hoy, ni el pueblo ni las víctimas del atentado, y menos aún las instituciones- políticas o judiciales-, muestran el mínimo interés por aclarar los hechos y ajusticiar a todos los culpables.
Con el cambio de Gobierno que se produjo tres días después de los atentados comenzó el tiempo nuevo que ya auguraban algunas voces, posiblemente con información privilegiada.
La lucha contra el terrorismo de ETA fue sustituida por una negociación del Gobierno con la banda terrorista, con el beneplácito del Congreso. El chivatazo del Faisán y la excarcelación de conocidos dirigentes de la organización son la prueba evidente del gran giro del Ejecutivo. Ni las víctimas de la AVT, con sus manifestaciones, ni la oposición parlamentaria lograron cambiar la hoja de ruta negociada.
En este tiempo, se suspenden las investigaciones policiales y judiciales sobre los atentados de los trenes de Cercanías. Ello después de la infructuosa comisión parlamentaria de investigación y del no menos infecundo juicio de la Casa de Campo.
Durante este período surgieron frases como "España es un concepto discutido y discutible" y "Aceptaremos cualquier estatuto que venga de Cataluña". Y en ello seguimos, pese al cambio de partido en el Gobierno.
El silencio y el olvido respecto al 11-M parecen la consigna pactada –y cumplida escrupulosamente hasta hoy– por todos los partidos del arco parlamentario, incluidos los nacional-separatistas.
La crisis económica, debida en parte a unas políticas ineficaces; el paro derivado, el déficit, la deuda externa, etc. Los separatismos exacerbados. El odio como norma de convivencia. La desunión y la falta de un proyecto único y negociado de vida en común del conjunto de las Autonomías. La asimetría no es ya un concepto geométrico, parece ser más bien fruto de reivindicaciones y fobias de los grupos separatistas hacia el conjunto de los españoles que sostienen al Estado con su trabajo y su dinero.
Admitiendo un posible error en mi juicio, me atrevería a someter al juicio de los lectores la posible relación entre los hechos que precedieron y siguieron al tristemente recordado 11-M.