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Fundación DENAES

Abandonar la política

Su amenaza de no otorgarnos la "solución pacífica" siempre la hemos contemplado, porque somos nosotros, los españoles que no renunciamos a serlo, quienes no caímos en la trampa de confundir la política con la extorsión.

Abandonar la política, según el significado que demos a los términos, puede consistir en operaciones muy diversas. No cabe duda de que, según la etimología, abandonar la polis, para un ciudadano, es imposible. Y esta etimología es griega no por casualidad. Con la palabra va incorporada toda una filosofía según la cual se dice que el hombre es un animal político, al margen de la profesión que desempeñe. Para un ateniense del siglo IV a.C., pongamos por caso, significaría algo peor que el suicidio; literalmente también, sería convertirse en un idiota, o sea, en ocuparse tan sólo de lo propio: Sócrates prefirió, antes que renunciar a su posición ciudadana, beber la cicuta para acatar la ley.

Y aunque mucho han cambiado los tiempos desde entonces, esa raíz sigue viva en nosotros a poco que analicemos la vida de algunos de nuestros mejores compatriotas. Griego, incluso socrático, es el valor con el que determinados españoles, por antonomasia en el País Vasco, no renuncian a la defensa de España antes que someterse al chantaje del terrorismo de la ETA.

En esta situación que arrastramos desde hace décadas de manera anormal respecto a otros países "de nuestro entorno", siempre ha tenido algo de canallesco "abandonar la política". Incluso admitiendo que en las actuales sociedades desarrolladas la profesionalización del cargo público es un hecho necesario, invocado a veces como remedio contra la corrupción del profesional vitalicio de la cosa pública, en España, por suerte o por desgracia, dedicarse a la política, si se hace de verdad, es mucho más que una profesión. En ello va la vida, y no sólo la propia, sino la de los demás; la de los hijos, a quienes hemos de dejar una herencia, y la de los que nos precedieron, que conservaron la Nación que hoy se nos quiere arrebatar, aunque sea "democráticamente".

Y aquí queríamos llegar. ¿Qué puede significar en boca del traidor Ibarreche que abandona la política, toda vez que no ha conseguido revalidar su cargo de lehendakari –perdón por el barbarismo–, a pesar de que se han cumplido escrupulosamente las leyes de la democracia española?

Pues acogiéndonos al valor torticero de las "soluciones políticas" con las que los secesionistas siempre han chantajeado a la Nación, nada de retirarse a sus negocios privados y olvidarse de su añorada patria vasca, suponemos. Incluso diríamos que su amenaza de no otorgarnos la "solución pacífica" siempre la hemos contemplado, porque somos nosotros, los españoles que no renunciamos a serlo, quienes no caímos en la trampa de confundir la política con la extorsión.

Gracias, Sr. Ibarreche, por su abandono.

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