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Fray Josepho

¿Qué tendrá la Sonsoles?

Yo comprendo las quejas de la pobre Sonsoles, / pero si ella está harta, los demás españoles... / ¡hasta dónde estaremos de su fiel José Luis!

Cuentan en el Vanity Fair los amigos de Sonsoles Espinosa que a la esposa del presidente del Gobierno no le divierte nada la Moncloa y se siente enjaulada. Desde que se conocieron (“La primera vez que vi a Sonsoles con ese chubasquero amarillo, El País en la mano, en el hall de la facultad [...] supe que lo que debía hacer era invitarle a un proyecto vital compartido”) nunca ella había mostrado tal desapego hacia las cosas de José Luis.

La señora está triste, ¿qué tendrá la Sonsoles?,
sus suspiros se escapan en vibrantes bemoles:
ha perdido la risa y le ha dado el bajón.
Pues se siente enlatada, cual si fuera una anchoa,
y pasea en pijama por la odiosa Moncloa,
sin saber por qué coño se marchó de León.

El jardín de palacio tiene mil vegetales,
la piscina desprende sus vapores termales,
y un patético cónyuge le sonríe sin fin.
La Sonsoles no ríe, la Sonsoles no goza,
y no entiende qué encanto le encontró cuando moza
a un señor que es idéntico a ese tal Mister Bean.

Ya no quiere el palacio ni sus salas neuróticas,
ni la alcoba macabra donde duermen las góticas,
ni el servicio doméstico, tan solícito y tal.
Y quisiera ir de cañas sin escoltas ni obstáculos,
o acudir a los cines y demás espectáculos
sin agobios de séquito y sin coche oficial.

Le molestan las fotos, le molesta la prensa,
le molestan las cámaras, y se pone hipotensa
en las cenas solemnes a que debe acudir.
Le cabrean los actos de guardar protocolo
y, si puede evitarlos, su marido va solo,
pues a él sí le gusta –cómo no– sonreír.

¡Oh, quién fuera del bosque aguerrida amazona,
o una simple maruja que se va a Mercadona
a meter en el carro mermelada y atún!
¡Quién pudiera ir de cháchara a la pelu una tarde
sin que fuera, en la puerta, un gorila la aguarde
mientras de un helicóptero aletea el runrún.

Pero ya hace tres décadas de que aquel jovencillo
se fijó en su vistoso chubasquero amarillo
y en su mano elegante sosteniendo El País.
Yo comprendo las quejas de la pobre Sonsoles,
pero si ella está harta, los demás españoles...
¡hasta dónde estaremos de su fiel José Luis!

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