Hace poco le dediqué un soneto al reputado vate y colaborador de El País Luis García Montero, porque había cometido dos horrendas faltas de ortografía en uno de sus artículos. No sé si alguien le hizo llegar mis versos, pero, desde luego, no se dio por aludido. El caso es que ahora sale la noticia de que García Montero ha sido condenado a pagar una cuantiosa multa por haber injuriado a un compañero suyo, profesor de la Universidad de Granada. Le llamó "hijo de puta, mequetrefe, sinvergüenza, cabrón y perturbado", entre otras lindezas.
En fin, el poeta, marido de la novelista Almudena Grandes, ha cogido un tremendo rebote y dice que abandona la universidad, pese a que los habituales abajofirmantes del progrerío prisaico han acudido en su apoyo con un manifiesto. Es de elogiar la fidelidad que esta gente les muestra a los suyos, en cualquier circunstancia.
De todos modos, en la sentencia, el juez viene a decirle a García Montero que si hubiera recurrido a la poesía, como los clásicos, para dirimir su disputa, otro gallo le hubiera cantado, pero que la zafiedad tabernaria en prosa vociferante no sólo resulta impropia de una persona supuestamente culta, sino que vulnera el código penal.
Insulta, Luis, insulta y disparata,
y suéltale al rival tu palabrota,
y dile perturbado, y dile idiota,
y dile mequetrefe, hablando en plata.
Injuria, Luis, injuria y dile rata,
y llámale alimaña de bellota,
y císcate en su cara pasmarota,
y grítale mamón y garrapata.
Maldice, Luis, maldícelo, y vomita,
y llámalo asqueroso sodomita,
y escúpele tu rabia en el careto.
Ofende, Luis, oféndelo y disputa,
y llámalo cabrón e hijo de puta.
Pero hazlo, por lo menos, en soneto.
(Perdón si me entrometo,
pero es que hasta el berrinche y la rabieta
en verso ha de soltarlos el poeta).