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Fray Josepho

El alejandrino tiene su miga

Mester traigo fermoso; non es de fachería, / ca llámanle las xentes mester de progresía, / e dona subvençiones de grande carestía / e púlese la pasta de la feligresía.

Para seguir con estas clases agosteñas de métrica, ilustradas con ejemplos satíricos y jocosos, me referiré hoy al verso alejandrino. El alejandrino tiene catorce sílabas, pero con la particularidad de que es un verso compuesto: cuenta con dos mitades (hemistiquios) de siete sílabas, con una pausa (cesura) a la mitad. Es decir, que no basta con que sea de 14: ha de tener 7+7. Su nombre proviene de que fue el metro usado en un poema francés de finales del siglo XII, el Roman d’Alexandre, fuente del español Libro de Alexandre, una de las primeras obras del mester de clerecía, de principios del siglo XIII. Los autores medievales de dicho mester usaron los versos alejandrinos en cuartetos monorrimos, de rima consonante, que se conocen como cuaderna vía. He aquí un ejemplo:

Mester traigo fermoso; // non es de fachería,
ca llámanle las xentes // mester de progresía,
e dona subvençiones // de grande carestía
e púlese la pasta // de la feligresía.

Pero el alejandrino prácticamente dejó de ser usado por los poetas españoles después de la Edad Media, con pocas excepciones. Reapareció en el siglo XIX con el Romanticismo y, sobre todo, con mucha fuerza, en el Modernismo. Los modernistas, encabezados por Rubén Darío, le dieron al alejandrino una musicalidad especial, basada en la cadencia de los acentos, de manera similar a lo que ya vimos la semana pasada con el endecasílabo. Los tipos más importantes de alejandrino son dos. En primer lugar, el alejandrino trocaico, que lleva acentos en las sílabas pares de cada hemistiquio: 2ª, 4ª y 6ª (si falta el acento en la 2ª lo hay en la 4ª y viceversa, pero nunca en las sílabas impares):

Parece que la fauna // presagia un terremoto;
los linces se alborotan; // los ánades también.
Doñana sufre un síncope, // porque ha llegado al Coto
Rodríguez Zapatero, // con su sonrisa zen.

Conviene precisar que en los alejandrinos, al ser versos compuestos, se cuenta una sílaba menos si aparece una palabra esdrújula antes de la cesura, y si es aguda, una más. Exactamente igual que la norma que existe para el final del verso: "Do-ña-na-su-fre un-sín-co-pe" (8-1=7); "con-su-son-ri-sa-zen" (6+1=7).

Y la otra variedad fundamental es el alejandrino dactílico, que lleva acentos en las sílabas 3ª y 6ª de cada hemistiquio:

La Salgado está triste, // ¿qué tendrá la Salgado?
Zapatero en Moncloa // de retén la ha dejado,
y a la pobre dan ganas // de invitarla a un bufet.
Improvisa unos parches // ecomicos simos
(otros parches itiles,// que ya son los esimos),
y la culpa de todo // se la achaca a Trichet.

La verdad es que el verso alejandrino, tras la remodelación modernista, no se ha dejado de usar en la poesía española, y aun más en la hispanoamericana. Tanto en estrofas con rima, como sin rima o mezclado con otros versos, por ejemplo, endecasílabos.

Pero esto ya me está quedando largo. Quiero recordar que mi intención no es ser exhaustivo, sino exponer algunos de los misterios de la métrica española, para que los profanos se den cuenta de que la poesía, en cuanto a técnica, no consiste solo en poner ripios al final de unos renglones.

La semana que viene, más.

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