En Alemania hay un comando que se ha impuesto la tarea de revisar las supuestas tesis doctorales de los jerarcas y ya han hecho dimitir a dos ministros. Van los tíos, se hacen con las tesis de los susodichos y se las leen, como se lo digo y por difícil que parezca. Son un puñado de héroes anónimos. La inteligencia enmascarada. Enseguida encuentran las trampas y pillerías y se las arrojan a los tramposos a la jeta. Normalmente, los tramposos suelen tener vergüenza y dimiten. El segundo cayó hace poco: era la titular de Educación.
En España eso no pasaría, porque hay muchos ministros que ni siquiera son doctores, y además, apuesto que algunos, los capaces de delinquir, siempre una minoría, como tienen el rostro de cemento armado, si les arrojasen una falsificación, se quedarían tan panchos.
Resulta que los ministros alemanes, tan educados ellos, tan fríos y eficaces, copietean y se sirven de los rincones del vago de internet para conseguir la excelencia universitaria. Es lícito sospechar que eso pasa aquí también, el reino del licenciado Vidriera, la improvisación, la picaresca, el patio de Monipodio y la patria de Rinconete y Cortadillo.
Aquí nadie es lo que parece y a menudo se suplantan cargos, títulos y funciones. Hay falsos títulos aristocráticos detentados por timadores, pero más a menudo hay quien compra títulos universitarios por la red o en apaño y se los adjudica sin haber pasado ni por la puerta de la Universidad. La Meretérica, según Chiquito, dicho así sin otro afán que definirla a lo popular, porque yo soy hombre de tricornio, ha detenido hace unos días al jefe de la Policía Municipal de Pinto por un presunto delito de falsificación de título universitario para presentarse a la oposición en la que ganó el puesto que desempeña. Cosa que ha dejado a mil timadores temblando.
El procedimiento fue artesanal y simple: un montaje fotográfico en el que quitó un nombre y puso el suyo. Pero hay mil y un trucos para hacerse con un falso título universitario en España, país de tráfico de títulos, en el que, aunque es un delito penado con hasta tres años de cárcel, muy rara vez la Meretérica o la pasma o la pestañí capturan a nadie por ser un falso doctor (no sólo médicos) o un falso licenciado.
Esa es una de las principales causas de lo mal que va todo. Numerosos individuos sin control pueden pastelear, darte el santo, engañarte, desvalijarte, desempeñar funciones, quitarte una oposición, hacerte competencia desleal, suplantando la personalidad o representación de otro.
Hay un mercado de tesis doctorales y unos sinvergüenzas que se sirven de becarios o estudiantes meritorios para copiar tesis de aquí y de allá, de modo que el exclusivo club de los doctores, siete u ocho mil en cuarenta millones, crece en parte envenenado. Traicionado por falsos investigadores que nada investigan, a no ser el mercado negro de la venta de dignidades.
España tiene leyes que favorecen a los delincuentes, eso ya no es ningún secreto, pero en concreto hay normas que impiden que cualquiera pueda aclarar sus sospechas llamando a una universidad para saber si don Cojoncio doctor o licenciado, según una ley de protección de datos que se pasa tres pueblos.
A ver, ¿qué daño le hace al honor de cualquiera que se pregunte si es o no licenciado por la Complutense? Pues la Complutense no te lo dice, a menos que seas el interesado. De forma que los que han falsificado títulos pueden estar de momento tranquilos, porque lo mismo pasa en las demás universidades públicas y privadas.
Malas noticias sin embargo para los que compran doctorados copieteados, porque acaba de constituirse en España el comando cazador de falsos doctores. Gente que buscará las tesis en las bibliotecas, allí donde deben estar, y las entregarán a expertos en la materia, y descubrirán a los inútiles que no fueron capaces de defender la tesis en la universidad que les corresponde y tuvieron que viajar para encontrar una con tragaderas, algunas de las cuales ya las olfatea la Meretérica, que a la vez que tiene una ciberpolicía, como cuerpo moderno que es, ya tiene agentes tras los suplantadores y falsificadores de títulos, como en lo de Pinto.
Los suplantadores que hasta ahora han dormido como un niño tras un atracón empiezan a estar en peligro, porque serán descubiertos. Guerra a los doctores ful (no sólo médicos). Incluso algunos de los negros utilizados para la falsificación podrían ser perseguidos por los guardias jóvenes de Valdemoro, porque ya se sabe que entre Pinto y Valdemoro anda la cosa.
En España, un director de la Guardia Civil se hacía pasar por licenciado en Económicas e ingeniero, cuando no había pasado del bachiller, y el que más y el que menos maquilla su curriculum, añade o redondea, ajeno al peligro. Algunos frikis que hacen de periodistas en la TV han tenido que quitar a toda carrera los títulos de licenciados de su curriculum en las redes sociales, porque solo están licenciados en golfería.
Ha habido en España ministros, y más, que se han doctorado mientras llevaban ministerios, dictaban leyes, viajaban sin cuento, se peleaban con la oposición… Sin ninguna duda, todo este tropel son genios capaces de mascar chicle y caminar a la vez, y no como ese presidente norteamericano que si mascaba chicle no podía doblar las rodillas. Los cazafantasmas ya están tras sus pasos. La hazaña no ha pasado inadvertida. Se van a enterar.
Doctorarse, hacer la tesis doctoral, es la amargura de entre tres y cinco años de miles de licenciados universitarios. Hasta el autor de bestsellers Umberto Eco tuvo que hacer in illo tempore, deprisa y corriendo, un manual de Cómo se escribe una tesis doctoral. El caso es que la mayoría nunca termina, porque escribir cuatrocientos folios de lo que sea, con una investigación de por medio, referencias científicas y la demostración de las conclusiones, es una prueba de solvencia de la que no todo el mundo es capaz. Al hilo del prestigio universitario y aprovechando las leyes mal hechas que protegen datos, cuya ocultación amenaza a todos, se ha establecido un nido de suplantadores, licenciados vidriera, frágiles hasta decir basta, una vez que la Guardia Civil ha decidido tirar de la manta. Es tan grave que en el momento de meterles mano se terminará con la crisis, tanto la de excelencia como la otra.