Podría ser Pichula Cuéllar o Lázaro Tormes, un crío de la calle con la peor de las desgracias. Alguien al que le abandonan o le muerde un perro asilvestrado, quitándole lo más necesario. Pero es un chico de la calle que crece como delincuente ante los ojos de la sociedad que es incapaz de parar su descenso al crimen. Mirando su rostro ensombrecido puede verse la banalidad del discurso político, la frivolidad de su formulación y la inanidad de su aplicación.
"Rafita" era "Pumuki", aquel chico de catorce años que iba con los otros tres, dos menores, mayores que él, y "El Malaguita", la noche que secuestraron y mataron a nuestra inolvidable Sandra Palo, en un Madrid balsa de aceite que estaba hirviendo por dentro.
"Pumuki" no era entonces mal chico, simplemente un pobre ignorante arrastrado al mal. Debió ser cuando empezó a tomarle el gusto a hacer daño: robar coches, dar un atraco, hacerse un alunizaje. Los que roban coches son tipos de la calaña de los asesinos de "la Familia Manson", que lo hacían para sobrevivir en el Valle de la Muerte. Es decir, que robar coches no es un delito menor, sino el síntoma de una delincuencia organizada. Precisamente "Rafita", que circulaba bajo el apelativo de Pumuki, personaje de los dibujos animados, ya ha abandonado la ingenuidad de la televisión y se ha pasado al cinema noir. Ahora es Billy the Kid, al que pronto alguien pondrá una pistola en la mano.
Ojalá que no, pero es lo que sigue. Primero fue participar en una orgía de malvados que se aprovecharon de una joven discapacitada, luego el paso por esos sitios que ya no son reformatorios, porque no reforman nada, y que en su caso solo sirvieron para enseñarle a usar en la mesa el cuchillo y tenedor. Malo no, lo siguiente. Lo siguiente es una deflagración.
Mi admirada Mar Bermúdez, mi admirado Francisco Palo, padres de Sandra, queridos amigos, ya se adelantaron a todos para gritar que aquello no era bastante. A un joven de 14 años se le tutela durante cuatro, tiempo que alcanza para hacer un grado universitario, y se le deja en la calle sin oficio ni beneficio. El chico es un desastre, no hay duda, pero algunos gestores de los recursos sociales son mucho peor y más desastrosos. Los que gastan el dinero público deben dar explicaciones, deben ser corregidos. Aquí están otra vez Mar y Paco, incansables, en televisión, recordándonos que Sandra es hija de todos nosotros y que fue a nuestra hija a la que torturaron y mataron los bárbaros.
Estamos viendo en vivo y en directo como un chico se vuelve criminal, sin que nadie se conmueva. Aquel "Pumuki" espantado, que comunicó al mundo que se estremecía al oír crujir los huesos de Sandra bajo los neumáticos del coche robado en Madrid capital, sin que pareciera esta una ciudad habitada, ya es un candidato a pistolero, sirlero y capo del tráfico internacional de piezas de coche robadas.
Precisamente tras "Rafita" había dos órdenes, una de busca y captura, por presunta pertenencia a banda dedicada al desguace ilegal de vehículos en la Cañada Real Galiana, donde casualmente el otro día le detuvieron, después de que intentara atropellar a un guardia con una moto. Y otra, de ingreso en prisión.
"Rafita" presuntamente se deshacía de un vehículo cuando lo descubrieron. El diría que le "pillaron los pitufos". Dos agentes de la policía municipal de Getafe, uno de ellos herido de importancia. Esta vez no le han valido mandangas, de esas que el ministro de Justicia no se atreve a cambiar en la Ley del Menor; esa ley que ha hecho tanto daño. Esta vez, y por primera vez, ha ido de cabeza a la cárcel de adultos. Y aunque se lo que significa esto para Mar y para Paco, compartiendo la necesidad que tienen ellos de consuelo, y de paz, yo no me alegro.
Habría preferido otro final. Ese que "Pumuki" había iniciado, a regañadientes, pidiendo perdón a la familia de Sandra y a la sociedad toda.
"Rafita" es probable que descubra ahora, en la prisión de mayores, que la vida no es el alegre juego al que está acostumbrado, en el que tiene el simpático papel de ser perseguido por los municipales, hasta que un juez, abrumado por el papeleo, lo pone en libertad en espera de que la unión de todas las causas que va dejando abiertas se desplome sobre su futuro. "Rafita" aprendió a pedir perdón, pero nadie le ayudó a creérselo, en esta sociedad entregada, que ya no tiene tiempo ni dinero para enderezar delincuentes. "Rafita" no será Marcos de Obregón, ni el buscón llamado Pablos. La picaresca española ya no tiene gracia. Su futuro a la corta es mucho más triste. Será en todo caso "El Jaro" redivivo.