Los maquinistas de Renfe tienen la misma responsabilidad que los pilotos de una línea aérea. Pero, al contrario que en la cabina de un avión, donde hay dos pilotos, el maquinista de un tren de alta velocidad va solo; y, según se quejan en el sindicato, más de una vez han tenido que orinar en una botella de agua mineral.
Esto no es un error humano, como algunos quisieran, sino un error de seguridad, lo cual es mucho más grave. Y hay mucha más gente implicada.
La seguridad del sistema, que cuesta millones por kilómetro de vía, descansa en un simple trabajador que puede desorientarse o desmayarse de un minuto a otro, que fue lo que pasó en Santiago.
En los cuatro kilómetros previos a la curva de A Grandeira, en el barrio de Angrois, ya para siempre la curva de la muerte, no funcionan los sistemas automáticos de frenado y todo se confía a que no falle un celtíbero de 1,60, sesenta kilos de peso, gafas y cabello gris perla, de Monforte de Lemos, con una brecha de nueve puntos en la cabeza, que no parece gran cosa pero que ha dado un resultado excelente en sesenta viajes, aunque se haya estropeado brutalmente en el viaje número sesenta y uno. Por eso en los aviones viajan dos pilotos: para que no lo paguen los viajeros.
Esto que está pasando ahora se parece mucho a lo que ocurría en los accidentes de tren del franquismo. Entonces era muy socorrida la figura del guardabarreras. ¿Que había una catástrofe ferroviaria? Se observaba minuciosamente si había cumplido su misión el guardabarreras. Normalmente era un tipo de poco sueldo que se pasaba la vida en una covacha, junto a las vías, vigilando que las barras cayeran a tiempo para evitar que el tráfico interrumpiera el paso del convoy. Accidentes hubo en los que el guardabarreras confesó, desde el primer momento, que el culpable de los muertos y heridos era él. Un tipo que cobraba dos con cincuenta cubría los enormes sueldazos del jefe de seguridad de Renfe, del jefe de zona, del subjefe de subzona y del jefe de todos los jefes, es decir, del jefe nacional del Movimiento, nunca mejor dicho.
Yo, en cuanto he visto que los presidentes de Renfe y de Adif señalaban al maquinista, me he acordado del guardabarreras. El maquinista no puede ser el responsable único, ni el más culpable, porque cualquier concepto de seguridad en el transporte público incluye pluralidad: la seguridad es cosa de jerarquía, y compete por el lado político al presidente del Gobierno, a la ministra del ramo, al presidente de la compañía y al encargado específico, con duplicidad de sistemas y personas. De modo que señalar como culpable al fallo humano del maquinista es una maniobra de distracción. Aquí hay muchos más cuyos puestos descansan en que el tramo sea seguro. Se lo digo yo, que mi abuelo era jefe de estación. Así que si quieren hacer justicia, vayan haciendo sitio en el banquillo.
¿Es posible que los presidentes de las empresas implicadas, la ministra del ramo, el consejero de la Xunta, pretendan seguir en sus puestos sin más, después de un accidente de 79 muertos y decenas de heridos? Este Gobierno, que está más achicharrado que un chorizo de barbacoa, es de una impavidez absoluta. ¡Si es que no estamos gobernados!
Para mí que se han pasado estos días hablando de sistemas supersofisticados, que en la alta velocidad detienen el tren a tanto y cuanto, y que también lo detienen en la baja velocidad, si tal y cual, pero lo cierto es que a la hora de la verdad todo queda en manos de un celtíbero bajito. Y si esto es así, pueden ustedes meterse los sistemas de frenado automático por el agujero de sus sueldos.
Además, Señoría, si ya está usted arremangado para meterle mano a cualquier posible responsabilidad de los de Renfe, Adif y compañía, apunte usted al que dejó la curva de la muerte como acceso obligado para entrar en la estación de Santiago, que a lo peor fue el campeón Pepiño Blanco, porque una vía ferroviaria que cuesta millones por kilómetro no puede permitirse una entrada criminal.
Dicho esto, pongan ustedes al menos dos maquinistas, para cuidar de la vida de los viajeros y de trenes tan caros, y no digan que los trayectos son seguros si tienen una descubierta de cuatro kilómetros a la entrada de una curva.
El presidente de Renfe, con impertinencia, se presenta como parte en el proceso judicial, como si el fallo del tren no fuera con él. Me he puesto colorado al ver al maquinista queriéndose morir. Este hombre que ha cometido sin duda una imprudencia, que tiene su parte de culpa, al que la justicia ya tiene empitonado, debe estar acompañado de altos cargos y dimisiones. Por tanto, no disparen contra el maquinista: es el único que está desarmado.