En España, el gran peligro es el crimen organizado. En el territorio nacional hay representación de más de trescientas organizaciones activas, contra las que luchan la Policía y la Guardia Civil a través de instrumentos especiales: el CICO, la Udyco, la Brigada Central contra el Crimen Organizado... Hace solo unos días detuvieron a una presunta delegación del mexicano Cártel de Sinaloa, que supuestamente representa al narco más poderoso desde Pablo Escobar, Joaquín Chapo Guzmán Loera.
El Chapo, que empezó en el Cártel de Guadalajara y se batió el cobre con el de Tijuana, es el fundador del Cártel del Pacífico o de Sinaloa. Allí, la fuerza de los traficantes disputa el poder al Estado, y con el anterior presidente, Felipe Calderón, han puesto 35.000 muertos encima de la mesa, sin que se sepa con claridad quiénes van ganando.
Los narcos mexicanos tienen todos una vida para cantarla en un corrido, y no diré por quién, porque son capaces de extraerle la vena del sueño. Los narcos son celosos de sus juglares y meten un balazo a cualquiera que se pase en un verso. El Chapo Guzmán es de estos matachines celosotes capaces de perseguir a la intérprete hasta la cama del hospital gravemente herida y meterle en la cara un tiro de la cuarenta y cinco.
El Chapo ya no es un guerrillero corajudo, cruzado de cartucheras como Tirofijo, un suponer, como lo era cuando se fugó de la cárcel de Puente Grande en 2001, donde había comprado todos los derechos: al comercio y al bebercio, a recibir compañía de mujeres, a ponerse de coca hasta la rabadilla y a surtirse de viagra hasta reventar. Pero cuando la cárcel y sus servidores estaban rendidos a sus pies, tuvo que salir corriendo escondido en un carrito de la lavandería debajo de la ropa sucia. Lo querían extraditar a EEUU, donde seguramente los jueces le serían menos propicios.
Desde entonces, el Chapo ya no apura colillas de habano, sino que, llegado el caso, desflora la mejor flor cubana extraída de la revolución, viste a su estilo hortera, pero con prendas de marca, arrambla con armas-joya, como esas de nueve milímetros con diamantes, o aquellas otras, todas de oro, y dicta su propio corrido a los juglares.
Es el narco más perseguido de México, y dicen que el más brutal. Algunos intérpretes de narcocorridos han subido demasiado de prisa al cielo por no rendirse a sus señales. Inequívocas y letales desde que llegó a Culiacán y se hizo con el cártel del Pacífico y las rutas marítimas del norte y los pasos de tierra a los EEUU.
La revista Forbes lo coloca en la lista de los hombres más ricos, influyentes y poderosos del mundo, entre los milmillonarios: exactamente, en el puesto 55. En esta lista hay reyes como la reina de Inglaterra (ya sé yo por dónde iban) y reyes del narcotráfico como el propio Guzmán, gente refinada que cuida incluso el I+ D, experimentando con las drogas artificiales de laboratorio, que tienen una fuerte entrada en el mercado.
Guzmán, presuntamente, envió a España una embajada de cuatro miembros, al mando de su primo, compuesta incluso por un abogado amigo del poder que puede encontrarse retratado en Facebook con el actual presidente electo de México, Enrique Peña Nieto. Tipos tan fríos que uno de ellos pidió a la policía que le guardara los tickets de sus compras en unos grandes almacenes para que le devolvieran los impuestos. Los presuntos viajan en primera, vestidos con chándal, que para ellos es como un pijama, el whisky y las avellanas a mano. También se alojan en hoteles de cinco estrellas.
Los chicos del FBI de Boston han colaborado en la llamada operación Dark Waters con los agentes españoles, y parece que podrán relacionarlos con un envío de 373 kilos de coca ocultos en un contenedor con carga legal, como los de la serie The Wired, en Baltimore. Eso ha impedido de momento la franquicia del Cártel de Sinaloa en Europa a través de España.
De paso han estado a punto de echar el guante al Chapo, a cuya cabeza México y la DEA estadounidense han puesto precio: 2,3 y 7 millones de dólares, respectivamente.
Con ese dinero en juego, cualquiera de sus socios puede caer en la tentación de traicionarle. La cabeza del Chapo vale mucho dinero, si bien es cierto que se le atribuye una fortuna de mil millones de dólares. El dinero del que dispone podría haber comprado toda clase de voluntades.