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Francisco Pérez Abellán

Ejemplo de maltratadas, espejo de asesinas

Mire, Neus, los hijos son sagrados: no le extrañe que ahora ninguno le hable, aunque el periódico la haya perdonado.

En el verano que no acaba de pasar, un periódico que suele hacer de menos los sucesos ofrecía una entrevista con Neus Soldevila Bartrina, la Dulce Neus, quien hace 31 años, en su finca de Esplús (Huesca), dio muerte por medio de sus hijos a su marido, Joan Vila, cuando éste dormía la siesta, completamente confiado: estaba con su familia, nada podía temer.

Sin embargo, su esposa se había convertido en la bruja de Blancanieves, había reunido a los enanitos a su alredor y había maquinado.

El periódico entrevistaba a esta delincuente, que en el 2000 saldó sus años de cárcel, como si fuera un famoso cualquiera que en su día fuera protagonista de una película, o una diseñadora de ropa.

Pero no. Neus fue primero una maltratada, a la que su marido infligió humillaciones e impuso un estilo de vida que la hacía sentir amenazada e infeliz. No obstante, ella pudo haberle abandonado, y denunciado, antes de elegir la idea de darle muerte. Tanto es así, que aunque se reconoció que la víctima merecía de sobra la ira de su esposa, la Dulce Neus, a la que llamaban así por su tono de voz, fue condenada a 28 años de cárcel por haber utilizado a sus hijos como instrumento de muerte.

Vila era al parecer un hombre de ideología ultraderechista, acostumbrado a imponer su criterio, que trataba con dureza a su esposa y a sus seis hijos. Lo que hoy se considera un machista. Fuera de que se hinchara el drama para hacernos digerir que la señora hubiera puesto a todos los hijos contra el padre, y que en el momento final, cuando no se atrevían a dispararle, sujetara la mano de su hija Marisol, entonces menor de edad, para que apretara el gatillo.

Recuerdo que hubo un fuerte debate sobre si Neus consintió en tener relaciones con su marido durante la siesta, para lograr que quedara dormido e indefenso, como se recoge en la acusación. En cualquier caso, Vila se acostó después de comer, y aunque se ignora con certeza si hizo uso del matrimonio, lo cierto es que la peor de las conjuras cayó sobre él. Todos sus hijos celebraron un aquelarre en tono a la pistola que la mujer había guardado.

Un crimen horrible con cómplices fácilmente sometidos, donde se demuestra que en la violencia familiar se interactúa y se puede ser como la Neus, víctima y verdugo, a la vez. Para que no se aclarara nada de lo sucedido, Neus buscó la compañía mediática de un abogado, entonces de campanillas, Emilio Rodríguez Menéndez, hoy fugado de España y en busca y captura, y de unos periodistas indignos, que al parecer, y como han ido difundiendo por ahí, le facilitaron documentos falsos y la ayudaron a cruzar la frontera.

La Dulce Neus huyó a Hispanoamérica, donde vivió entre otras cosas del tráfico de esmeraldas, por el que finalmente fue capturada, en Quito. Entre medias nos ofreció un desnudo escalofriante en Interviú que todavía me pone los pelos de punta, y una desfachatez impropia de quien se ha enfrentado a cargos tan graves. Esta mujer era una rubia oxigenada, atractiva, que se divertía a espaldas de su marido y hacía inversiones económicas con el dinero familiar, que de haberlo sabido Vila, quizá habría pensado en matarla. El hecho es que aquí no hay otro criminal, aunque salga en el periódico como la postal de un recuerdo, diciendo, como haría Cocó Chanel, que morirá con la botas puestas; pero, claro, habiéndose llevado por delante a sus enemigos.

Esta exposición a la intemperie de una septuagenaria como ella, con aspecto de no ofrecer mayor peligro, cuando se trata de una homicida peligrosa, es una grave irresponsabilidad del rotativo que deforma la realidad. Y reescribe injustamente la historia.

La Dulce Neus es una mujer maquinadora que consiguió engañar durante bastante tiempo a la policía, diciendo que el crimen había sido cosa del Grapo, y que hubiera quedado impune de no haberla delatado sin querer la sirvienta, asustada, por una broma policial. Cuando aquellos maderos avispados le dijeron a la empleada, fingiendo cara de palo: "¡Dinos la verdad, tú mataste al señorito!". "No, no, piedad", dijo la fámula. "¡Que fue la señora!", añadió aterrada. Mire, Neus, los hijos son sagrados: no le extrañe que ahora ninguno le hable, aunque el periódico la haya perdonado.

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