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Francisco Pérez Abellán

Alcácer: el crimen interminable

El derrumbe de la Doctrina Parot abre agujeros que no se pueden cerrar.

Esto de poner en la calle a Miguel Ricart Tárrega, violador y asesino de las niñas de Alcácer, es otro crimen que trae más de lo mismo. El derrumbe de la Doctrina Parot abre agujeros que no se pueden cerrar. A las víctimas que sobreviven les han matado a sus hijas, torturadas y violadas –recordemos que los asesinos emplearon camisetas llenas de piedras para golpearlas y unos alicates para arrancarles los pezones–. Este dejar salir al violador criminal es otra cuchillada en el corazón de los padres.

Ricart es un delincuente puro y duro, criado en la cárcel, desconfiado, seguidor de la omertá, que no ha ayudado a la justicia ni ha confesado. Es un delincuente sexual y un ladrón común. Para muchos, un psicópata peligroso. Carne de cañón.

Es osado, pájaro de sangre fría, que no ha recibido tras las rejas ninguna rehabilitación efectiva. Sale entero y tal vez lleno de las mismas fantasías que le han hecho pasar la mayor parte de su vida a la sombra.

Ha pasado tantos años en prisión que debería haberse dulcificado, formado, enriquecido en educación, pero sigue siendo el tipo esquinado que fue a la cárcel por engreído y vanidoso, poseído de sí mismo hasta el punto de creer que podría engañar a la Guardia Civil, que distingue un delincuente a quinientos metros. Se acercó a los del tricornio que le preguntaron qué hacía allí y él, fanfarrón, les contestó como un político de los que mandan ahora: "Naranjas traigo". La Guardia Civil le puso las esposas y se lo llevó al cuartelillo, donde cantó La Traviata. Si bien negó lo más grueso y echó la culpa de todo a su colega, Antonio Anglés. Ricart se refugiaba aquellos días en casa de los Anglés en Catarroja, Valencia, donde Neus Anglés comía bocadillos de lentejas y uno de sus hijos cocinaba su propia mierda en una sartén.

Antonio Anglés estaba escapado de la cárcel después de un permiso por un feo asunto de presunto secuestro y haber atado con una cadena a una novia que tuvo, así como otras felonías. Ricart estaba allí por participar en algunas jugadas de su colega. Ricart acabó echándole la culpa a Antonio, pero en realidad el listo de esta historia, y sospecho que el más malo, es él. Por eso sobrevivió al cataclismo.

Antonio Anglés nunca fue detenido, ni interrogado ni mucho menos juzgado en relación con el caso Alcácer, por tanto todos los que le echan la culpa de algo se han dejado engañar por Ricart. En principio, y hasta que no se demuestre lo contrario, Anglés es una blanca paloma. Probablemente muerto y enterrado con la última bala de la pistola que mató a las niñas.

Por cierto, que nadie sabe dónde está. La Guardia Civil lo ha tenido todo este tiempo como uno de los más buscados en su página web. Pero nadie ha sido capaz de encontrar a Antonio Anglés. Ya dijo Ricart en el juicio que estaba muerto y le faltó decir dónde.

En el caso Alcácer la justicia se ha hecho pedazos. Ni ha castigado a todos los que cometieron el crimen de 1993, ya va para veinte años, ni ha esclarecido lo que pasó, ni ha logrado encontrar al gran desaparecido del triple asesinato. La caída de la Doctrina Parot, último parche de sujeción de la catástrofe, va a dejar en la calle a un individuo letal, sin ninguna garantía de estar reinsertado ni arrepentido. El caso Alcácer es, como tantos, un crimen interminable en el que nunca se alcanza totalmente la verdad. Quien quiera saber más, puede buscar mi libro Alcácer, punto final.

Encima, a lo largo del proceso Fernando, el padre de Miriam y su fiel escudero, el criminólogo que se metió vestido en la historia hasta contagiarse, por haber reaccionado con indignación y desprecio de las reglas, fueron juzgados y condenados de forma que yo creo exagerada. Acabando los dos de hoz y coz empapelados por el fiscal. Solo quiero decir aquí que yo siempre he admirado el coraje y la constancia de ambos, con desprecio de su propia salud, revisando documentos, manteniendo entrevistas, pisando platós de televisión, y arriesgando sin parar, hasta conseguir que el caso fuera devuelto al ruedo judicial, juzgado de nuevo, noticia permanente, bajo los focos de las cámaras de TV, cambiando el lento y oscuro devenir de las víctimas de fin de semana, de violadores y asesinos, de la España injusta. Fernando García y Juan Ignacio Blanco contribuyeron con su mejor voluntad a la lucha contra los violadores y asesinos de niñas, entregándose sin límite. Otra cosa es que tuvieran razón en todo lo que dijeron o acertaran siempre en sus revelaciones. Pero hicieron de contrapeso en una realidad infame que ha convertido Alcácer en un crimen interminable. Espejo de una temible suelta, sin precedentes, de asesinos y violadores.

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