Hace más de una década que tres escritores latinoamericanos escribieron conjuntamente este manual al que alude el título. Su repercusión fue grande al estar dirigido a sus conciudadanos, pero podría perfectamente extenderse a todos nosotros (hay una edición posterior que abarcaba muy justamente también al idiota celtíbero).
El libro es una breve crítica en tono humorístico (a veces sarcástico) de aquellas ideologías que alimentan las mentes un tanto indolentes de topicazos izquierdistas, populistas, nacionalistas y demás supersticiones colectivistas, que persisten como si el comunismo no se hubiera desmoronado, como si todas las predicciones de Marx, del cepalismo, del sandinismo, del aprismo, de la teoría de la dependencia no hubieran chocado una y otra vez estrepitosamente contra la realidad y contra la teoría de la acción del hombre (praxeología).
El protagonista de este manual cree que quitando la riqueza a los ricos se conseguiría un mundo más justo, olvidando que las injusticias y distorsiones que crea el Estado al hacer de "nivelador" son mayores y mucho más graves que las que pretende resolver. Los resultados de dichas políticas llenas de "conciencia social" son siempre decepcionantes y fracasan en mayor o menor medida según el grado de intervención a que alcanza el poder sobre la sociedad civil. Son siempre tan predecibles...
El idiota es aquel que no ve que el problema es la propia estructura vampirizante del Estado y jamás desvanece en su esperanza de que el problema tan sólo se resolvería encontrando al político honesto, descubriendo al Robin Hood mesiánico, al que espera sin desmayo. A veces, cuando lo encuentra y el "mesías" acaba irremediablemente empobreciendo a la sociedad (y la gama abarca desde el fascismo de Perón al marxismo caribeño de Castro), la culpa es de sus enormes enemigos, nunca de las acciones del propio caudillo botarate.
Frente a la ausencia de instituciones sólidas, emerge la engañosa necesidad de un caudillo nacional. Ésta es una de las aportaciones políticas señeras del continente latinoamericano al mundo. Y también la desgracia del mismo. Ejemplos hay muchos: Vargas (Brasil), Velasco (Perú), Perón (Argentina), Arbenz (Guatemala), Torrijos (Panamá), Allende y luego Pinochet (Chile), Castro (Cuba) y un largo etcétera de caudillos que personifican o encarnan al Estado (hoy, Chávez, Evo, Correa...).
Se aterra el idiota sólo con pensar que la solución tal vez estaría en que el Estado se alejase de actividades que suele desempeñar mal y diera paso a la libre acción humana. Algo tan sencillo como eso no es visto por el querido protagonista descrito por los autores de este divertido manual. El problema, querido idiota, vienen a decirnos, no es el capital extranjero sino la falta del mismo.
Pero el ungido de utopías colectivistas o sociales no contrasta nunca sus ideas con los datos de la realidad. Sataniza a la empresa privada, a los flujos comerciales que vienen del primer mundo y, sobre todas las cosas, a los Estados Unidos, su juguete preferido. El país más próspero, vaya, es Chile, al ser el que menos se ha "latinoamericanizado" y el que más se ha internacionalizado y desregulado. Lo mismo vale para los pujantes tigres asiáticos (verdaderos contraejemplos de las fobias del idiota).
El idiota, por el contrario, cree sinceramente que la experiencia cubana es digna de admiración y que demasiado tiene con soportar y sobrevivir al vecino imperio (¿por qué las barreras a la libre circulación de personas son siempre para salir y nunca para entrar en el paraíso caribeño?). El idiota no lo ve así, piensa que la pobreza de Cuba es por el bloqueo decretado por los yanquis. ¿Acaso no se da cuenta que el bloqueo es sólo con Estados Unidos y que puede Cuba perfectamente comerciar con el resto del mundo? Pero, qué contratiempo, la realidad nos dice que se comercia si se produce previamente para que se tenga algo que intercambiar...
América Latina no es un continente pobre, sino que lo han empobrecido políticas de toda laya del sempiterno Estado que interviene decididamente o ampara a empresas oligárquicas o clientelares que desconocen la competencia y el libre mercado; el único que les gusta es el mercado cautivo (su corral). El idiota es el que confunde el liberalismo con esa pantomima de capitalismo al que llama neoliberalismo.
El idiota cree en el activismo monetario como "dinamizador" de la economía y piensa que está obsoleto defender una moneda sana, sin importarle para nada su envilecimiento.
El manual también reserva un interesante capítulo a la teología de la liberación, por su falsa asimilación del socialismo con el cristianismo. Los teólogos de la "liberación" no quieren que la Iglesia tenga un mero papel de guía espiritual, sino que reclaman un papel (un poder) político en nombre de los pobres. Esta teocracia que santifica (o, al menos, justifica) la revolución en poco se diferenciaría de la de los fundamentalistas islámicos; tan sólo cambiarían de métodos y referencias bibliográficas.
Al final encontramos en este manual acertados comentarios de los diez libros más leídos en América Latina y que más han hecho por divulgar este tipo de supersticiones colectivistas que creen estar en la vanguardia social, cuando la verdad es que son retaguardia y de la peor. La guinda: las citas finales de personajes ilustres que difunden la idiotez. De Latinoamérica viene también un eficaz antídoto frente a esta batería de ilusiones ideológicas: el magnífico ensayo Del buen salvaje al buen revolucionario del añorado Carlos Rangel, del que este manual es deudor.
Esta progresía lanza furibundos ataques contra la masificación de los bienes, la apertura comercial, las innovaciones técnicas, la popularización del capitalismo; en suma, contra el verdadero progreso. En cambio todo son parabienes con respecto a políticas igualitarias y humanitarias, a tutelas de la riqueza nacional y a las dádivas públicas, donde el más rico es siempre el gobierno.
En este cuento, me temo, el único que progresa es el idiota.