Estaba leyendo The Jerusalem Post cuando me encontré con el siguiente titular: Los palestinos están secuestrados por Irán. La primera impresión fue que me hallaba ante un artículo de opinión de alguno de los excelentes columnistas de ese periódico, que no se caracterizan precisamente por su relativismo, pacifismo... La sorpresa fue cuando, tras cliquear el citado titular, descubrí que estaba ante unas declaraciones del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas. Desde luego no hay nada mejor para llegar a la paz que partir de un análisis común de la situación, pero aún así reconozco que no acababa de entender tal ejercicio de sinceridad en quien está acostumbrado a pensar una cosa y decir sistemáticamente la contraria.
El presidente Abbas estaba preso de un "calentón" ante la negativa de Hamás a participar en las elecciones locales previstas para el mes de julio, un primer paso para reconstruir el casi-Estado palestino y dotar a su gobierno de la capacidad para negociar con Israel. Los islamistas palestinos han justificado su postura argumentando que el Gobierno de Abbas es ilegítimo y, por lo tanto, carece del derecho a convocar elecciones. En el hipotético caso de que eso fuera cierto, nada mejor para salir del impasse que preguntar a la ciudadanía cuál es su opinión. Es evidente que la argumentación de los dirigentes de Hamás no se sostiene, que son sólo palabras que tratan de ocultar razones de más peso: en estos momentos unas elecciones no les proporcionarían más poder, pero facilitarían el relevo generacional en el campo nacionalista. Abbas tiene razón al señalar a Irán, pero sería más justo si también recordara el nefasto papel de los países del Golfo, que no por ser suníes son menos radicales y peligrosos.
El "calentón" de Abbas nos ayuda a comprender, en el caso de que queramos de verdad enterarnos de lo que pasa por aquellas tierras, la situación en la que se encuentra el campo palestino y, como consecuencia directa, la imposibilidad de avanzar en el "proceso de paz" mediante un intenso diálogo bilateral. El islam en su conjunto, el mundo árabe en particular y en concreto la comunidad palestina vive una guerra civil de carácter religioso e ideológico. No es éste el momento para tratar de explicar las distintas posiciones, pero sí de recordar que son incompatibles y que esta situación se viene resolviendo mediante la violencia desde hace décadas. Fatah y Hamás no pueden llegar a un acuerdo sobre los principios constitucionales de un futuro Estado palestino porque parten de posiciones antagónicas e irreconciliables.
Hubo un tiempo en que la negociación fue posible, pero Arafat la abortó. Entonces los israelíes tenían un interlocutor. Hoy ese interlocutor no existe y mucho me temo que no existirá en mucho tiempo. No es problema de falta de hombres capaces, sino de profunda división. Es una pérdida de tiempo seguir hablando del "proceso de paz" porque desde la cumbre de Taba no existe. Reconozcamos que esta realidad virtual es sólo la expresión de nuestro miedo al vacío, a reconocer que no hay nada.
El general Sharon tenía razón, toda la razón del mundo, cuando sin cerrar ninguna puerta comenzó una vía unilateral de separación. Las dos comunidades necesitan distancia, el statu quo es inviable y si no es posible avanzar en sintonía habrá que hacerlo desde la imposición. Ello no implica la ruptura del diálogo. Ahora más que nunca los palestinos necesitan de nuestra ayuda para contener la injerencia extranjera en favor de la causa islamista y de la violencia sectaria. Lo urgente no es retomar el estéril "proceso de paz", sino ayudar a que la economía mejore y con ella el bienestar de la gente, facilitar a los servicios de inteligencia y a la policía palestina la captura de los terroristas y, sobre todo, prepararse para unas campañas militares que se sienten inmediatas a la vista del rearme facilitado por Irán y Siria.
Abbas ha puesto el dedo en la llaga. Ya no existe, como ocurrió durante décadas, un problema palestino. Ahora nos encontramos ante una crisis general del islam, de la que el capítulo palestino no es más que eso, un capítulo. Pensar que lo podemos afrontar sólo desde una perspectiva bilateral, por mucho apoyo que presten las grandes potencias, es iluso.