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"LA CONSPIRACIÓN DENTRO DEL RÉGIMEN"

'Todos quieren matar a Carrero'

El 20 de diciembre de 1973, el coche en el que viajaban el presidente del Gobierno, su chófer y su escolta saltaba por los aires tras explotar una bomba que ETA había colocado bajo el asfalto, en un túnel excavado en el número 104 de la calle Claudio Coello.


	El 20 de diciembre de 1973, el coche en el que viajaban el presidente del Gobierno, su chófer y su escolta saltaba por los aires tras explotar una bomba que ETA había colocado bajo el asfalto, en un túnel excavado en el número 104 de la calle Claudio Coello.

¿Cómo es posible que nadie se diera cuenta de la preparación de un atentado tan complejo, cometido a unos metros de la embajada americana y un día después de la visita del secretario de Estado, Henry Kissinger? ¿Cómo pudo pasearse por Madrid, durante más de un año, un grupo de etarras fichados por la Policía, que hicieron ruido, cometieron todo tipo de imprudencias, dejaron huellas por doquier y se dedicaron a entrenarse asaltando tiendas y comisarías? Lo más condescendiente que se puede decir de los servicios secretos de la época es que eran absolutamente indolentes e ineficaces, y que estaban llenos de agujeros. Las pruebas aportadas durante todos estos años apuntan a que este juicio es demasiado complaciente. Hubo mucho más que despistes. El libro desmonta la teoría de que el atentado pilló desprevenido al Régimen, y demuestra que hubo al menos una veintena de indicios que no se quisieron escuchar. Ni prevenir, ni atajar. ¿Por qué? Lo siento, pero no tengo la respuesta, aunque sí muchas sospechas. Tendrán que ser los lectores quienes saquen sus propias conclusiones. Pasen y lean.

Parece claro que alguien pudo evitar el magnicidio y no lo hizo. El gran drama de Carrero Blanco fue que, como el Caudillo, nunca quiso entrar en política. Fue un franquista sin el cariño de los Franco. Un monárquico enfrentado a otros monárquicos como él. Un político sin familia. Un estorbo para muchos –y ahí está su paradoja– tanto a un lado como el otro de la calle. Pese a la importancia que tuvo su muerte, apenas una decena de libros, algunos de ellos de mucho mérito, han investigado lo que ocurrió. Pero estos volúmenes no solo hace tiempo que abandonaron las estanterías de los grandes almacenes, sino que ni siquiera les queda el consuelo de acumular polvo en las librerías de viejo y solo se pueden consultar en los pupitres inclinados de la Biblioteca Nacional, para quien tenga tiempo, paciencia y los permisos necesarios, claro está.

El libro que tiene entre manos no entra en competencia con ellos. Más bien amplía, actualiza, ordena y recupera para el lector todas las incógnitas que hay aún en torno al caso, sin ningún condicionante político. No es una obra para historiadores, sino una crónica que pretende ser ágil, vibrante y rigurosa. Un thriller, en definitiva, con coches camuflados en las esquinas, espías bocazas y reuniones secretas con comunistas y en el que, y eso es lo importante, todo es real.

Muchos de los documentos que arrojarían luz sobre la muerte del delfín de Franco se han perdido para siempre en una máquina trituradora o en las cenizas de una hoguera. Los testimonios que podrían ayudar a entender se fueron a la tumba con sus protagonistas, o han ido apareciendo a golpe de remordimiento de conciencia. Todos ellos están recogidos aquí, junto a los recuerdos de tres hijos de Carrero (el cuarto ya murió y la quinta no está en condiciones de hacerlo por problemas de salud), la opinión de los espías que aquellos días estuvieron en primera fila, los informes que se silenciaron y las claves de los 3.000 folios del sumario perdido durante décadas, que ha pasado de mano en mano, de juzgado en juzgado, como la falsa moneda, y al que por primera vez ha accedido un medio escrito.

Treinta y ocho años después, la calle Claudio Coello ha perdido uno de sus carriles, pero las fachadas de sus edificios, recién restauradas, parecen más jóvenes que nunca. Los porteros, al igual que en aquellos días, tienen muchas ganas de hablar sin que sea necesario preguntarles. "Lo que todos buscan está ahí. Mire la cornisa", me dice uno de ellos señalando con su dedo al final de la fachada del edificio de los Jesuitas. Una capa de yeso mal rematada delata el lugar donde impactó el coche. Justo enfrente, en el sótano de los etarras disfrazados de escultores, un pequeño cartel y dos números de teléfono móvil anuncian un negocio: "Bronces artísticos". Y es cierto lo que decían los terroristas en su libro Operación Ogro. Si uno se coloca en la esquina con Diego de León, en el punto exacto donde tendieron el cable, plantaron una escalera y apretaron el botón, y gira la cabeza hacia la derecha, puede ver el jeep de la embajada americana, a menos de cien metros, que le observa.

También es verdad esa leyenda que me negaba a creer: una grieta recorre la calle de lado a lado en el mismo lugar por donde discurría el túnel. Es como una de tantas en este Madrid siempre a medio terminar, no hay duda. Pero dicen que ésta sale siempre en el mismo sitio cada vez que una mano de asfalto intenta cerrar la herida. Como si la historia se resistiese a ser enterrada.

 

NOTA. Este texto está tomado del prólogo de TODOS QUIEREN MATAR A CARRERO, del periodista ERNESTO VILLAR, que acaba de publicar la editorial Libros Libres.

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