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Fernando R. Genovés

ZP y la violencia

No quiero hacer pronósticos, pero creo que no va a ser la corrupción (“el caso Montilla” y próximos) lo que arrebate el poder a los actuales socialistas, como sucedió en la etapa González, sino el escándalo de la violencia, la marca que define la biografí

Muchos individuos, de dentro y fuera de España, siguen sin formarse una opinión precisa del personaje conocido por las siglas ZP, y que, por el momento, ocupa la presidencia del Ejecutivo en nuestro país. Todo lo cual da cuenta, por una parte, de la naturaleza bien trabada del producto, y, por la otra, del grado de confusión y miedo escénico que invaden el alma de gran parte de la población. Bien es cierto que los barómetros demoscópicos se orientan últimamente hacia el buen tiempo, anunciando vientos templados y que se aleja la borrasca, pero yo, con todos los respetos hacia los profesionales del ramo, me fío poco de las estadísticas; y digo de ellas lo que Guillermo Cabrera Infante, o sea, que no me gustan porque son las matemáticas concebidas como argumento de autoridad.

No es mi intención aguarle las fiestas a nadie, pero, en honor a la verdad debo decir que, a mi juicio, el actual presidente del Ejecutivo tiene las cosas atadas y bien atadas. Sin duda, este personaje no pasará a la Historia, pero tiene guasa la cosa: un presidente por accidente, cuya máxima aspiración en la vida es lograr el Premio Nobel de la Paz (como Rigoberta Menchú, Yasir Arafat o Kofi Annan), será recordado sin gracia como un pequeño césar ligado a la violencia. Y hará falta algo más que ilusión para ponerlo en su sitio, donde no haga más daño.

Llega a la Moncloa por medios electorales, en efecto. Pero añado: “¡pues no faltaba más!”, cuando algunos esgrimen esta circunstancia como un mérito a su favor, que lo excusa de toda culpa, o como un valor añadido. Pero, sin el empujón de la violencia jamás hubiese obtenido la recompensa —o el galardón, vale decir— de la presidencia. Éste sería el aperitivo. Las manifestaciones callejeras (éstas, sí), la intimidación permanente, las caceroladas, los señalamientos, los insultos, las amenazas, los acosos y los asaltos a las sedes y los domicilios del adversario, durante los tiempos del segundo Gobierno de Aznar, prepararon el camino convenientemente para que el big bang significase, por ahora, la última palabra en la vida política española contemporánea. Tras el primer bocado, viene luego el mantenerse, es decir, el tentempié.

Desde ese momento, su actividad principal se ha caracterizado por no condenar por norma la violencia que le beneficia. Por tres veces (número mágico, de resonancias bíblicas), durante su comparencia en la Comisión de Investigación del 11-M en el Parlamento, se negó expresamente a reprobar las acciones controladas que violentaron la jornada de reflexión del 13-M y le dieron paso a La Moncloa. Posteriormente, ha evitado pronunciarse sobre los últimos atentados de ETA, por si acaso. Más recientemente, se niega tres veces más, tres, a reprobar explícitamente, formalmente, la campaña de coacción contra la cadena COPE y contra todo aquel que le critica, apelando a la libertad de expresión…

No puede haber normalidad política en una democracia moderna, en un país que no ha descendido aún al Tercer Mundo, cuyo primer ministro no condena la violencia política, y tapa ésta, para compensarla, con maquillajes, por ejemplo, una ley contra la denominada “violencia machista”. Por eso nos quiere llevar al Tercer Mundo, donde se respeta a las mujeres y a los homosexuales una barbaridad. Quiere transfigurar la Constitución española y eliminar a la oposición política, y, a cambio propone cambiar un título de la Constitución (¿de qué Constitución?) para que en lugar de “disminuidos” diga “discapacitados”. Uno diría que así se blinda, y protege sus derechos, para cuando se quede sin empleo institucional. Se indigna ZP por la guerra de Irak, pero reaviva la guerra civil española. Por lo que se ve, está empeñado en hacerse con el Premio Nobel de la Paz, como sea.

No quiero hacer pronósticos, pero creo que no va a ser la corrupción (“el caso Montilla” y próximos) lo que arrebate el poder a los actuales socialistas, como sucedió en la etapa González, sino el escándalo de la violencia, la marca que define la biografía política de ZP. Esa será la verdadera revelación que a muchas personas cándidas dejará trastornadas y avergonzadas por no haberlo visto venir a tiempo. Los otros, los implicados, con suerte, marcharán camino de Túnez, como Bettino Craxi, pero, ya digo, por la revelación de otros escándalos; o a Marruecos, que está más cerca y donde los quieren tanto. O, en fin, a lo peor, derrotados y humillados, se quedan en España, organizando la resistencia y la insurgencia, o como se llame eso, para volver a la carga.

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