Hace unos días tuvo lugar una junta de los accionistas de uno de los principales grupos multimedia de este país, dueño, entre otras cosas, de uno de los cuatro canales privados de televisión nacional. En ella, uno de los altos cargos describió los planes para asegurar el futuro del preciado activo: básicamente, conseguir que los canales públicos (TVE) dejen de financiarse con publicidad y que la implantación de la televisión digital terrestre se demore en el tiempo.
Como se observa, se trata de innovadores planes completamente centrados en la satisfacción del televidente. Y es que es lo que tiene: tras vivir confortablemente en un oligopolio legal durante casi 20 años, esto de tener que repartir los ingresos publicitarios, y más en medio de una crisis económica, pues no se hace nada llevadero.
Resulta que donde hasta hace nada únicamente había una "caja tonta" para permitir la entrada de información, ahora llegan también cables, ADSLs y satélites: portadores de contenidos alternativos, que poco a poco se llevan el "escaso" tiempo que la audiencia dedica a estos menesteres. No sólo me refiero a los canales de TV adicionales, sino a las formas de entretenimiento que ofrece internet, que estas sí han nacido bajo los rigores de la competencia y, por tanto, del servicio al público como forma de supervivencia.
Solución: la de siempre para estos "tycoons" del Real Decreto: que paguen los ciudadanos. Porque eso supone en el fondo pedir que la TV pública deje de financiarse por la publicidad. No es que esta empresa no use y abuse ya del dinero que nos extraen con los impuestos (que sirven, por ejemplo, para que luego nos vendan como triunfo la cobertura de los Juegos Olímpicos; con vidas infinitas, cualquiera), pero, claro, accede al mercado que estos señores quieren enterito para sí, y se lleva algo para ahorro del sufrido contribuyente.
Otra solución: impedir que haya nuevos competidores, cosa factible con la nueva tecnología digital. Ambas innovaciones pasan por servir al Gobierno y a sus intereses, pero ninguna por satisfacer a los consumidores del producto que venden. Pero es que está muy claro de donde vienen las mayores ganancias en los mercados intervenidos, no digamos ya en los oligopolios regulados.
Así que a seguir quejándose de que se reduce la tarta publicitaria y de que encima hay que repartirla entre más en estas condiciones que no son viables. Si estas empresas no pueden sobrevivir, lo mejor es que desaparezcan y liberen sus recursos, especialmente algunos llamados "escasos" –como las frecuencias– para usos que sí demanda la sociedad.
Pero tengo para mí que podrían ser viables si se esmeraran más en su producto, en conocer a su audiencia, y no tanto en buscar la ayuda del Gobierno o en pagar cantidades absurdas por contenidos que no lo valen. Se exige imaginación y se rompe el confort, pero se puede sobrevivir. Que se asomen a internet y lo verán.
Permítanme ahora la licencia de innovar también en esta columna, en este caso para felicitarles a ustedes las Navidades y desearles un próspero año 2009, tras cuyo comienzo volveré a asomarme por estos derroteros.