El sector de telecomunicaciones lleva ya una semana rumiando la magnifica idea lanzada la semana pasada para incentivar las inversiones en fibra óptica. Como es sabido, parece que a la gente se le queda pequeño el actual cable telefónico, el ADSL, para sus accesos a Internet. Cada vez hacen más descargas, quieren ver más vídeos y jugar a juegos más espectaculares, y puede llegar el momento en que el par de cobre, que de este material es la conexión telefónica, no dé más de sí.
En respuesta a estas necesidades, hace ya un tiempo que se desarrolló la fibra óptica como solución. Esta tecnología permite anchos de banda enormes, aunque de momento se limite a ofertas de 50 o 100 Mbps, más de 5 y 10 veces las velocidades actuales.
Sin embargo, y pese a los aparentes deseos de los usuarios, los operadores no ven claro cómo recuperar las ingentes inversiones que este despliegue exige. Pues, básicamente, hay que sustituir, casi cable a cable, el antiguo cobre por el nuevo vidrio. Lo que exige un gran esfuerzo que nadie parece dispuesto a hacer.
¿Por qué? Nunca es fácil saberlo. Lo que sí es conocido es que los operadores, antiguos monopolistas, como Telefónica en España, si invierten en fibra, tienen la obligación de alquilarla a sus competidores. Esto han de hacerlo con diversas modalidades pero siempre a precios que puede fijar el regulador. Lógicamente, sobre todo a sus accionistas, no les apetece demasiado enterrar dinero para que otros se lo lleven.
Por su parte, los demás operadores, ¿para qué van a invertir? Si lo hace su principal rival, les tendrá que dejar usar su red de fibra. Y, si no lo hace, no podrá ofrecer mejores servicios que ellos para atraer la clientela.
Si a ello añadimos unas gotas de crisis económica, ya tenemos más o menos descrito el panorama. Afortunadamente, incluso en situaciones tan críticas, el ingenio humano alumbra criaturas que nos pueden catapultar al futuro.
Y a la fibra óptica le llegó la semana pasada. La genial idea no es otra que rebajar los precios que los operadores cobran por alquilar su par de cobre a los demás operadores, de forma que aquellos se vean forzados a invertir en fibra óptica para recuperar su rentabilidad.
El planteamiento es de una sencillez que desarma. Cómo no se le habrá ocurrido a nadie antes. Pero, ¿por qué limitar su aplicación a las telecos? No limitemos sus efectos benéficos a este sector.
Ordenemos a los hoteleros que bajen los precios de sus habitaciones, y así conseguiremos que construyan nuevos hoteles. Forcemos a los supermercados a rebajar sus mercancías, hasta que haya una tienda de alimentación en cada manzana. Obliguemos a las compañías aéreas a bajar los precios de sus billetes, y se llenará el espacio aéreo de aviones, incluso despegando del aeropuerto de Ciudad Real. Y fuércese a cero el precio de la energía, y florecerán por nuestros montes molinillos y en nuestras llanuras, placas fotovoltaicas, a las que hemos estado subvencionando a base de impuestos sin darnos cuenta de que la solución era que dieran la energía gratis.
Gracias a Dios que el espíritu emprendedor sigue vivo en los lugares más inesperados, como en Neelie Kroes, Vicepresidenta de la Comisión Europea.