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Federico Jiménez Losantos

Pedro Jota o el despertar de tanto sueño

Como en mi salida de la COPE (y antes la liquidación de Antena3) los verdugos han sido tres: el Rey, el Gobierno y la Oposición.

Acabo de enterarme de la salida de Pedro Jota de la dirección de El Mundo, una de las noticias políticas más importantes en lo que va de siglo. Se va el último gigante de la Prensa de papel y el papel de la Prensa queda en el aire, porque en el periodismo español hay un antes y un después de Pedro Jota. Más exactamente, hay un antes. Veremos si hay un después.

Le debo su empeño en arrancarme de mis clases de literatura para hacerme Jefe de Opinión de Diario 16 en 1982. Le debo, por tanto, mi dedicación al periodismo, aunque mi andadura como escritor político había empezado en 1979 y se haya desarrollado sobre todo en la radio, con Antonio Herrero y Luis Herrero, pero siempre a revueltas con Pedro Jota. Aunque el fundador de El Mundo, el último, mayor y mejor de los periódicos de papel, sea hombre opaco, amigo sin alardes y, como el Cary Grant de Luna Nueva, egoísta como sólo puede serlo un periodista, la historia política española, en lo que tiene de más libre y mejor, habría sido imposible sin Pedro Jota, es decir, sin sus dos criaturas, Diario 16 y El Mundo.

La salida, caída o relevo de Pedro Jota –no le envidio la púrpura a Casimiro García Abadillo, aunque ojalá sepa, pueda y le dejen mantener el rumbo del único gran periódico de investigación que sobrevive en España- me recuerda dos sucesos inolvidables: la muerte de Antonio Herrero y mi salida de la COPE. Casi como Antonio, Pedro Jota daba una sensación de seguridad al modo medieval, como señor de los que querían ser caballeros o, al menos, libres en lo suyo. Como en mi salida de la COPE (y antes la liquidación de Antena3) los verdugos han sido tres: el Rey, el Gobierno y la Oposición. A todos ha molestado Pedro, hasta cuando los halagaba. Todos se sentirán hoy más aliviados. Pero incluso los políticos que están llevando a nuestra nación al Pudridero echarán de menos su ración matinal de sapos. Ese es, en el fondo, el mejor elogio que puede hacerse de un periodista. Y esta es la noticia más triste que puede dar un periódico.

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