Cualquiera que haya leído El Linchamiento sabrá hasta qué punto Alberto Ruiz Gallardón es uno de los políticos más siniestros de la historia de esta España lamentable. Varios capítulos en mi libro explican con todo detalle sus fechorías, felonías y canalladas utilizando a la Justicia como herramienta envilecida para sus miserables propósitos. Sin embargo, debo agradecerle una cosa a Gallardón: la oportunidad de demostrar que no soy como él. Y porque no lo soy, es de justicia pedir todo el apoyo posible a las reformas que ha anunciado hace unas horas. Por supuesto, en cada una de sus iniciativas cabría un pero, una duda, una reticencia, un no. Pero sería profundamente injusto. La batería de cambios propuesta por mi enemigo público número uno es sencillamente extraordinaria, aborda casi todos los problemas que llevo décadas denunciando, porque España necesita un cambio radical en la Justicia si queremos lograr algo parecido al Estado de Derecho. Y la Libertad exige una justicia digna de ese nombre.
Por supuesto, hay inconcreciones entre tantos proyectos y tan ambiciosos. Sin duda, a lo largo del proceso de implantación se pondrán de manifiesto debilidades, incongruencias y mejoras posibles. Pero por eso mismo hay que apoyar a Gallardón: porque, sin duda, tendrá que afrontar la muralla de intereses creados, corporativismo judicial, desvergüenza fiscal y esa ruin politización de la Justicia de la que el propio Gallardón se ha aprovechado. Justamente porque será difícil, debemos apoyar el conjunto de las reformas del ministro de Justicia. No es por el ministro, es por España y por la libertad. Son las razones por las que yo me he enfrentado a Gallardón y por las que hoy pido que se le apoye. Sin reservas, sin rencor, con esperanza.