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Federico Jiménez Losantos

El 2 de Mayo de Esperanza Aguirre

El déspota de la estepa tomó la decisión de poner a Esperanza, qué remedio, pero estaba decidido a liquidar al PP de Madrid para asegurar su continuidad.

El déspota de la estepa tomó la decisión de poner a Esperanza, qué remedio, pero estaba decidido a liquidar al PP de Madrid para asegurar su continuidad.

Ansiosos de referir los éxitos de su amo, Tigrekán III, digno continuador de la dinastía política de los Tigrekanes (el primero, Fernando VII; el segundo, Felipe González; el tercero, Mariano Rajoy), los muecines monclovitas han contado con deleite, y Pablo Montesinos lo ha recogido con detalle, cómo el presidente del Gobierno decidió hace meses los candidatos del PP por Madrid, dejando para el final su única preocupación: cómo hundir el PP madrileño si Aguirre era candidata a la alcaldía. Había que evitar que los liberales tuvieran "demasiado poder" en el próximo congreso del partido, tras las cantadas derrotas del Bonaparte gallego en andaluzas, autonómicas, municipales, catalanas y generales. Malísimo era aceptar la posibilidad de que Esperanza rescatara la hoy perdida alcaldía madrileña; muchísimo peor que, junto a su sucesor y candidato Ignacio González, llegaran al congreso con fuerza para defenestrar al Khan, Soraya y la Pandi Crush.

Lo que Tigrekán III se planteaba era la única solución del defensa sin facultades: si pasa la pelota, no pasa el jugador, o viceversa. Si el árbitro está comprado, y en este caso el árbitro era el propio defensa, la cosa era fácil: si pasaba Esperanza no podía pasar el PP de Madrid, léase González, y si pasaba el PP de González (como le hicieron creer hasta hace un mes), no podía pasar Aguirre. O la pelota o el jugador. O la cabeza sin cuerpo o el cuerpo sin cabeza. Y como la cabeza ganaba en todas las encuestas, hay que destrozar a patadas, coces, plantillazos pisotones y codazos en la zona lumbar al cuerpo del PP de Madrid, último vestigio del PP de Aznar.

Agustina de Aragón. Juan Gálvez

Lo democrático hubiera sido que los militantes del PP eligieran sus candidatos. Lo decente, avisar a los directamente concernidos de cuál era la decisión del Elector Máximo y Único, el gran Tigrekán III de Mongolia. Pero eso no encajaría en la política tal y como la entiende Rajoy, como una rama del envilecimiento colectivo. En vez de llamar a González y decir que iba a designar a Cifuentes, lo que han hecho Rajoy, Soraya y sus secuaces es una campaña de destrucción de la persona del candidato para justificar el apartamiento del político. Lo hizo con María San Gil y ha vuelto a hacerlo. La fría crueldad asiática de Tigrekán III no encaja en las costumbres de la política democrática, sí en lo que tras irse Aznar reina en el PP: la cloaca.

Los que siguen estas entregas semanales en Libertad Digital y los que diariamente escuchan esRadio no se van a sorprender por lo que leen. Llevamos denunciándolo tres años, desde que Ignacio González se enfrentó con Montoro, torva cariátide fiscal de Tigrekán: Moncloa quería acabar con la liquidación de impuestos -patrimonio, sucesiones y donaciones- y con la costumbre del PP de Madrid de bajar en la medida de lo posible la presión fiscal que depende de la Comunidad y no del Estado. Cuando González, seguramente el mejor gestor de las diecisiete comunidades autónomas, se negó a liquidar la eliminación de exenciones y bajó un poco los impuestos, es decir, mantuvo la política de los gobiernos de Aguirre de la que siempre fue mano derecha, Montoro, encargado de la política tigrekanesca de comprar tiempo al separatismo de Barcelona con dinero de Madrid -que esa ha sido toda la política del Kan ante Artur-Iván Kalita: evitar su quiebra- dijo ante la Prensa una frase que retrata al présbite matón: "¡Será que le sobra!"

La carga de los mamelucos, de Francisco de Goya

Cuando se fue Esperanza hasta curarse felizmente de su enfermedad, Rajoy comprobó que González era algo más de lo que, pese a su equívoco final, fue siempre Gallardón: alguien capaz de cualquier cosa por el Poder, regalar la píldora abortiva a las menores o prohibir el aborto por malformación, lo que fuera, porque nunca creyó en nada salvo en sí mismo. Pero González demostró ser ni más ni menos que el PP de Madrid, el que hacía exactamente lo que el PP de verdad, el de Aznar, llevó siempre en su programa: luchar contra el déficit, bajar los impuestos, ayudar a la empresa privada, cuidar a las víctimas del terrorismo y defender a España. Y la clave era la política fiscal: González no tiene la simpatía de Esperanza, pero sí lo que hay que tener para darle de mojicones y soplamocos a Montoro. Nunca consiguió el defensor de Urdangarín y Pujol romperle el espinazo al que en Moncloa creían un ser como ellos: anélido con vocación de ornitorrinco. Lo creían solamente fiel al liderazgo y la persona de Aguirre, no a su política. Y se equivocaron.

Hace muy pocas horas, el tiempo que media entre el arranque de este artículo –la noche del sábado- y su continuación –la mañana del domingo- ha estallado el conflicto que, como digo al principio y venimos denunciando hace tres años, enfrenta a Tigrekán III con el PP de Madrid, cuya cabeza era y es Esperanza Aguirre, pero cuyo cuerpo es el Gobierno autonómico madrileño. El déspota de la estepa, o sea, Tigrekán, tenía tomada la decisión de poner a Esperanza, qué remedio, pero estaba y está decidido a liquidar al PP de Madrid para asegurar su continuidad como quebrantahuesos rex tras las cinco derrotas cantadas del PP nacional. Por eso, hasta muy pocas horas antes de la designación, se empeñaron en que Aguirre renunciara a la Presidencia del PP regional, para poner una gestora a cuya cabeza o tras la cual estaría Cristina Cifuentes –que, por cierto, vaya forma de debutar en Las Ventas con picadores: puntillera desde las tablas-.

Una de las personas con la que consultó Esperanza esa oferta-ultimátum fue precisamente Ignacio González y éste le dijo que –al margen de que él fuera candidato- eso supondría el fin del partido y la degradación de su figura pública. Que haya sido Cospedal –consejera y, según decía, alumna de Aguirre- la encargada de presionarla ferozmente para entregar el partido a cambio de ser candidata prueba que Tigrekán III corrompe cuanto toca. Y que el único fin que merecen el Khan y su Pandi Crush es la pira electoral.

El Dos de Mayo, de Joaquín Sorolla

La pandi-artillería mediática difunde ahora grotescos mensajes diciendo que Cifuentes es la renovación: la facción montoril asegura que encabeza nada menos que "una corriente socialdemócrata", para lo cual a mí me faltan dos cosas: la cabeza y la socialdemocracia. Otros dicen que es la renovación generacional, porque sólo tiene 50 años. O sea, poco más que Ignacio González y muchos más que Lucía Figar, que no llega a 40. Pero es que Lasquetty, Figar, Salvador Victoria, la segunda generación del PP de Madrid no son sólo de Nacho, esperancistas o liberales; son, ante todo, la prueba del éxito del PP de Aznar frente al fracaso del de Rajoy. Por eso Tigrekán III decidió su eliminación. El déspota necesita morenobonillas pandicrujientes que le aúpen sobre el montón de huesos que quedará del PP a final de año. Y para ello hay que impedir que en las listas electorales del PP de Madrid se salve la generación del relevo del partido de Esperanza y González. La que alimenta la última posibilidad de regeneración del PP que fue y que casi ha dejado de ser del todo bajo la égida tigrekaneska.

Yo confío en que Esperanza, como Manuela Malasaña, resista en su 2 de Mayo, en el Madrid pepero cercado por los mamelucos monclovitas, aunque la presión de la pandibofia de Soraya será atroz. Sería un enorme placer seguir votando al PP de Madrid y contra Tigrekán III de Mongolia.

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