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Federico Jiménez Losantos

Carta de hasta siempre a Diego López

Gracias por ser el portero que mejor ha hablado en silencio dentro y fuera del campo. Por ser un héroe bajo todos los palos y fuera de los de reglamento.

Gracias por ser el portero que mejor ha hablado en silencio dentro y fuera del campo. Por ser un héroe bajo todos los palos y fuera de los de reglamento.

Hasta los lejanos bosques de Brocelandia ha llegado, aunque con la lentitud de los embrujos del anciano Merlín –que está para partido de homenaje- tu carta de despedida a los aficionados madridistas. Y aunque tarde –para los asuntos del fútbol, tardísimo- quiero responder en este domingo sin fútbol a tu última frase: "cada minuto en el Real Madrid fue un regalo del cielo".

No, querido y admirado guardameta: para el aficionado –ni siquiera madridista- que te haya visto defender la portería blanca como nadie y con más obstáculos que ninguno, el verdadero regalo ha sido contemplar, partido tras partido, puñalada tras puñalada, insidia tras insidia, cobardía tras cobardía, tu saber estar bajo los palos; o sea, fuera de los palos, porque bastantes te caían ya sin merecerlos y porque esa es la posición desesperada a la que sólo cabe acogerse en última instancia, cuando han fallado la media, la defensa, la anticipación en el terreno y la vista larga del que ve venir el pase a la espalda del central y ha de sacar la pierna, la cabeza, el tórax y la punta del borceguí del alma para impedir el remate. Ha sido un placer verte sacar, verte blocar, verte salir, verte pasar y verte desviar con la punta de los dedos el gol cantado. Por lo que hacías y por lo que El Mal Capitán, negación de toda grandeza presente y enmienda de toda su pasada gloria, era y es incapaz de hacer.

Nunca había sido –lo confieso- un gran seguidor tuyo pero recuerdo muy bien cuando llegaste para suplir no a un lesionado Casillas, como ahora se dice, sino a un Adán que no podía con los guantes, con el Bernabéu, con el fantasma del Mal Capitán y con sus secuaces de la canallesca deportiva. A las tres fuerzas te enfrentaste, con sólo las tuyas, y saliste victorioso. Has tenido el gesto de llamar "genial entrenador" a Ancelotti y no sólo al que te rescató para el gran fútbol, el inolvidable Mourinho, pero tú viviste en primera fila el último de sus tres años, el de las torpezas y las traiciones, el que empezó con la Capitana consorte diciendo en la televisión mejicana que todos sabían que el vestuario estaba dividido y contra el entrenador, y terminó con la traición de Pepe, que apuñaló a su compatriota y defensor para hacerse perdonar por los relaños y sercopios su deuda mourinhista.

Pero cuando el ya popularmente conocido como Topor se recuperó de la lesión y la horda de los juntaletras deportivos se empeñó en forzar a Mourinho a ponerlo de Santo –tras Lisboa y Brasil, aún se lo llaman-, porque de portero era imposible, cargaron contra ti. Y a cada puñalada cachicuerna del Asport tú le respondías con un paradón; a cada navajazo infame del Marça, con un partidazo. Y mientras el capitán del Madrid era incapaz de defenderte, porque la campaña era a su favor, tú hacías lo que mejor sabes hacer, para lo que seguramente en Paradela te bautizaron: ser un gran, gran, gran portero de fútbol. Yo no sé si has estado mejor con Mourinho o con Ancelotti, pero dudo que en toda tu carrera deportiva hayas estado mejor que en estos dos años. Y así te has ido: siendo el mejor portero del Real Madrid. Me hubiera gustado verte competir con el otro, con Keylor Navas, pero seguramente habría sido un espectáculo más triste, menos noble. Cuando te retires, se te recordará como "el que no debió irse". ¡Qué triunfo sobre los que nunca han sabido marcharse!

Gracias, Diego López, por ser el portero que mejor ha hablado en silencio dentro y fuera del campo. Por ser un héroe bajo todos los palos y fuera de los de reglamento. Que la suerte en Milán te sea propicia. Pero el "regalo del cielo", el mérito y la gloria de haber defendido brillantemente y contra más gente que nadie la puerta del Real Madrid son y serán siempre tuyos.

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