Ha sido tan malo el año 2012 que aún no había muerto y ya estaban terminados los obituarios. Ayudaba el puente de Nochevieja y la crisis de la prensa de papel, pero hasta en internet, que vive al segundo, queríamos despeñarlo cuanto antes, calendario abajo. Es como cuando, en los toros, el público hastiado quiere que desaparezca de su vista el morlaco burriciego que deambula por el ruedo mientras el espada hace como que hace y ojea el reloj, esperando el tercer aviso y que salgan los bueyes a remediarlo todo. ¡Como si una tarde de mansos tuviera remedio el día en que cierra la plaza!
Porque aquí mansean todos: manso pregonao el animal, que parece vegetal con mal pulgón; manso de espejo el matador, que no consigue ni matar el tiempo acicalándolo; mansada atroz la del ganadero, otrora divisa de bravura probada; manso el público, que acepta sin quejarse la subida del precio de las entradas y quiere apenas justificar el gasto y largarse a cenar, a su casa o a donde sea, el caso es irse. Se iría de la plaza, pero no hay otra en España con más categoría o menos vicios, así que fantasea con América y mira al palco, a ver qué hace el Presidente. Nada: también mansea y anda valduendo por los pasillos. Lo preside todo un paño negro que tapa el Palco Real pero nadie se hace responsable de esta lidia a la funerala. Ni el reloj.
Esperpentos de Fin de Año
Los mensajes del Jefe del Estado, el Presidente del Gobierno y la Prensa del Régimen en la última semana del 2012 abonan esa sensación de abulia y desconcierto, de mueca y retorcimiento. Nunca ha sido más actual el diálogo de Max Estrella y Latino de Hispalis en Luces de Bohemia:
– La tragedia nuestra no es tragedia.
– ¡Pues algo será!
– El esperpento.
Los castizos llaman ya 2012+1 al año que viene y el Rey Castizo que padecemos, por llevar la contraria, emitió un a modo de discurso televisado como si fuera de 2012-1, o sea, de antes de la urdangarinada. Yo creo que a partir de ahora deberían emitirse siempre el 28 de Diciembre. Así lo exige el afán de embromarnos, la irrefrenable propensión a la inocentada del inquilino de la Zarzuela. Este mal llamado año, que así denominaba su retatarabuelo Fernando VII a los del Trienio Liberal, que según el Felón, ni llamarse años merecían, hay que reconocerle a Juan Carlos I dos cosas: el esfuerzo innecesario y la falta del sentido del ridículo. La puesta en escena o continente del contenido era vieja hace medio siglo y no llegó a arcaica. ¡Mira que hacer como que leía unos folios que luego no leyó! ¿Y fingirse sorprendido por las cámaras antes de acometer por telepronter del discurso? ¿A qué tanta ridiculez? ¿Qué genio tuvo la idea de colocarlo como sirena varada en la esquina de una mesa, con un contrapicado de entrepierna que parecía el escaparate de una tienda de ortopedia de 1947? ¿Pues y cuando hacía como que se movía para cambiar de cámara, y parecía que chirriasen las junturas? ¿No se podía sentar, el pobre, o es que no se podía levantar?
De fraude, de Rey
En el arranque del discurso, con el humano bulto a estribor, pudimos pensar que había contraído una infección de sensibilidad social y estaba a punto de anunciar que colgaba el armiño y se metía carmelita descalzo. Al recordar, casi con lágrimas en los ojos, a los jóvenes que cada día salen a buscar trabajo sin apenas esperanzas, dimos por hecho que donaría a los dos millones de familias donde ya no entra un solo sueldo, su colección de relojes de lujo, o de motos y cochazos, o el yate recién estrenado, o una pequeña parte de su fortuna, que de creer a Forbes, no sería pequeña. Por lo menos, creímos, anunciaría la subasta benéfica en eBay de las infinitas naderías que atestan el armario del hombre presumido: corbatas, joyas, adornos, regalos... ¿quién sabe lo que guardan los closets de Su Majestad? Se veía televenir el rasgo, como aquel de Isabel II que desacreditó Castelar. Cuando repitió dos veces que "la economía no es lo único importante" no tuvimos dudas: se veía venir el gesto borbón y franciscano, el arranque generoso. Y viéndolo venir nos quedamos, porque, al final, no vimos nada.
Peor todavía: lo que nos recetó para el 2012+1 fue... política. Como no hay peligro mayor que el del político suelto, pensamos que el trompazo de Botswana había retoñado en ictus ideológico. Pero pronto nos sacó de dudas: nada de política corriente, de la de pan llevar, de diario o de trapillo. ¡Quiá! Gran Política, con mayúsculas, de día de fiesta, estrenar y presumir. Volvimos, como niños, al País de la Ilusión: el Rey quería barrer la cuadra, por si el belén. Pero a la sonrisa sucedió la mueca; de inmediato temimos por Urdangabón: adiós a la impunidad del yerno y de la infanta, doble sacrificio obligado en el Ara del Ejemplo... ¡Y ni palabra! Pero él seguía agitado, contorsionándose hacia una u otra cámara, así que columbramos que reservaba toda su fuerza para cargar contra el separatismo catalán. ¡Pero tampoco dijo ni pío! ¿Y entonces, qué? Pues... nada. Nada de nada.
Rajoy no defraudó
Chasco morrocotudo el de los que esperaban algo del Rey, siquiera para compensar la vuelta a Casa de los trincadores en nombre de la Corona. Chasco menor el de los que esperaban algo de Rajoy, porque cada vez son menos, pero en poco, chasco al fin, porque de lo suyo no ofreció ni tabaco. Todo lo que se le ocurrió es decir que a ningún país se le había pedido tanto como a España en este año, algo evidentemente falso y, por tanto, idiota. Del reto separatista de Mas, no dijo más que cosas buenas: que estaba más dispuesto que nunca a recibirlo, y a hablar, y a negociar, que no debería ponerse como se puso la última vez, pero que vamos, a él le va el diálogo y el diálogo y el diálogo. Y después, el diálogo. Y además, el diálogo.
¿La Ley de Huelga que pide Madrid? Ni hablar. ¿La independencia de la Justicia, promesa electoral del PP, proyecto de Gallardón y ahora lo contrario? Eso es según se mire; lo que importa es cumplir las sentencias. ¿Las del Constitucional en Cataluña? Él está por el diálogo. ¿La subida de impuestos? Había que hacerla, si no, él no la hubiera hecho. Y así todo. Ni una idea, ni un plan, ni una fecha, ni una esperanza. Nada de nada de nada. Así que adiós en buena hora al 2012 y bienvenido el 2012+1, si no nos sale -1, que todo puede ser.