Con la falta de vista que les caracteriza, los socialistas quieren saber qué contratos ha firmado la empresa –las dos empresas– de Pedro Arriola en estos últimos años, los que van desde las pérdidas anteriores al 96 –fecha del venturoso advenimiento de su amigo Aznar a la Moncloa– a los cientos de millones anuales ingresados después, según las cifras publicadas por “La Razón”, que son las de la SER, y, por tanto, sujetas a comprobación.
En realidad, las empresas que tienen en nómina a Arriola o contratan sus servicios no son relevantes por sí mismas. Lo que vale la pena comprobar es en calidad de qué lo contratan y por qué cantidad. A efectos políticos, siempre es más relevante la calidad que la cantidad. Pero si sólo Telefónica en tiempos de Villalonga lo tenía contratado por cien millones anuales –de los de entonces–, cabe inferir que sus servicios eran valiosísimos. Pocos ejecutivos de grandes empresas cobran ese sueldo, por añadidura compatible con muchos otros similares, como sin duda podría explicar La Razón, dada la amplia trayectoria y dilatada cartera de la empresa de relaciones públicas de don Rafael Ansón, hermano de Don Luis María o viceversa. Si Arriola es tan trabajador como Ansón, sus cuentas corrientes deben estar pletóricas.
Llegados a este punto, una inquietud nos embarga: ¿No guardaría los extractos de sus distintas cuentas en el chalé de la calle Narcisos? ¿No estarían grabadas las huellas de su fortuna en los tres discos duros limpiamente vaciados por los que, según el Ministerio del Interior, eran simples descuideros veraniegos? Si tan increíble hipótesis se confirmara y hubiese alguna curiosidad caimanesca o jerseyana con que pudieran topar los improbables cacos, don Pedro y sus amigos tendrían un motivo más de inquietud. Otro.
Pero volvamos a lo fundamental. ¿Para qué contrataban y contratan a Arriola las empresas que lo hacían y lo hacen? Cabe temer que por su cercanía personal, política y profesional a José María Aznar, presidente del Partido Popular y también, en función de ese cargo y por encargo del Rey, presidente del Consejo de Ministros. ¿Cuántas fortunas, cuantos miles de millones de euros pueden alumbrar las decisiones de ese Consejo? ¿Cuántas tarifas, cuantas adecuaciones legales, cuántas normas contables, cuántas provisiones, consolidaciones, inversiones y amortizaciones dependen de ese ente colegiado que se expresa a través del BOE? ¿Cuántas inversiones en cuántos sitios? ¿Cuántas desgravaciones fiscales? ¿Cuántas deducciones a mayor gloria de la investigación y del desarrollo?
Todas estas materias son complejas, los pareceres de los expertos son a menudo opuestos, las decisiones tienen tantas razones en contra como a favor... o casi. Pero ese casi depende en muchas ocasiones de un matiz, de una mala imagen, de un encontronazo con las autoridades, de una vieja rencilla política y personal. Para eso se inventaron y por eso se forran las empresas de asesoría, imagen y relaciones públicas. El tamaño del Estado moderno, pesadilla de los liberales, lo hace inabarcable para el entendimiento humano, aun en casos tan extraordinarios como los de los presidentes del Gobierno, inteligentísimos en cuanto toman posesión del cargo. Siempre hay escalones intermedios en el Gobierno y en la Administración donde las decisiones se encasquillan o los negocios salen adelante. Y en esas circunstancias, una decisión ministerial puede verse muy estimulada o frenada en seco por la discreta intervención del hombre de máxima confianza del Presidente. ¿Quién puede saber en esa feria de los discretos a quién pertenece su opinión? Los muchos años juntos avalan la identidad de pareceres y valoraciones. El resto es negocio.
Sólo que un negocio montado sobre la cercanía y, eventualmente, el criterio formado o por formar del presidente del Gobierno es... corrupción, sea destilada, sea al por mayor. El papel de los medios y de la oposición parlamentaria debería ser el de seguir el rastro de esas decisiones del Consejo de Ministros con repercusión multimillonaria en las empresas. Como no son tantas las empresas (esperamos) ni tantos los casos (suponemos) no tendría que resultar difícil establecer el mapa de la influencia constante, contante y sonante de Pedro Arriola en la vida y hacienda del Gobierno de la Nación.
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