John Locke escribió pocos años después, y su adversario fue el poder despótico al que Hobbes había atribuido soberanía. Locke argumentaba que entregar un poder absoluto a otro nos coloca en situación de esclavitud. Si el soberano es todopoderoso, los súbditos quedan a su merced, y entonces el pacto protección-obediencia depende del capricho de quien manda. Según Locke, el equilibrio necesario para salvaguardar la libertad y, a la vez, lograr un aceptable nivel de seguridad exige un Gobierno limitado, con división de poderes y derechos inviolables sustentados en leyes comunes para todos. Seguridad y libertad, lejos de contraponerse, deben balancearse.
La consideración de estos planteamientos sobre el origen y el papel de los gobiernos permite aproximarse a la realidad política venezolana. Tenemos un Gobierno, recientemente confirmado en el poder, que no protege a los ciudadanos, muchos de los cuales experimentan la más cruda violencia cotidiana o se encuentran atenazados por el miedo, ante la amenaza constante de ver violados sus derechos. Es un Gobierno que incumple el objetivo hobbesiano de seguridad y que tampoco satisface el requerimiento lockeano de libertad, pues en nuestro país las leyes son expresión de las conveniencias del régimen y su caudillo, que las tuercen y amoldan a sus fines, en medio de una evidente carencia de equlibrio entre las ramas del poder público.
Ni Hobbes ni Locke respiran a gusto en un país donde ha funcionado el principio democrático pero en el que la libertad padece de asfixia congénita. Pues si bien el principio democrático de voluntad de la mayoría define el origen legítimo del poder político, la democracia por sí sola no establece necesariamente la libertad, ya que el principio democrático, si carece de controles, conduce a la opresión de la mayoría sobre la minoría.
De ahí que la tradición del pensamiento político liberal proponga otro principio, que complementa el democrático y es indispensable si queremos evitar los riesgos de una "democracia totalitaria". Me refiero al principio que propone un Gobierno limitado en un contexto de derechos ciudadanos firmemente protegidos por una estructura institucional equilibrada. La democracia no es la panacea, y puede convivir con el acoso a la libertad. La "democracia totalitaria" es la dictadura perfecta, legitimada por la mayoría.
¿Tenemos democracia en Venezuela? Sí. ¿Tenemos libertad? No lo creo. Al menos, no una verdadera libertad, sino la que proviene de los antojos de un régimen que nos permite respirar porque le es útil, mas no porque sea un Gobierno de leyes. Es un régimen que destruye el Derecho en nombre del Derecho y que concibe la libertad de los ciudadanos, en especial la de los que se le oponen, como una concesión o dádiva ajustada a condiciones cambiantes, no como un derecho inalienable de las personas.
Por ello desazona el alborozo de algunos ante los recientes acontecimientos y la ausencia de la cuestión de la libertad en la evaluación que hace cierta oposición acerca del panorama venezolano, ausencia que se manifestó también durante la campaña electoral. Hemos legitimado democráticamente al régimen, y podemos perder toda libertad.
El deterioro de la libertad en Venezuela es patente, aunque ingenuamente nos regocijemos con nuestras credenciales democráticas. Se ha llegado a afirmar que "no hay que temerle al socialismo", como si el siglo XX hubiese sido una ficción. Esto me parece una impostura que pone en evidencia una inocultable miopía o una imperdonable mala fe.
A este respecto, cabe recordar las palabras de un miembro de la Convención francesa luego de la ejecución de Robespierre, quien aseveró que las revoluciones dividen las sociedades en dos grupos: el que genera miedo y el que tiene miedo. El régimen "bolivariano" tiene dos opciones: profundizar en el miedo o detenerlo. Seguramente escogerá la primera.
© AIPE