"Nosotros hicimos nuestra parte. Matamos a Bin Laden con una bala. Ahora los árabes y gentes musulmanas tienen la oportunidad de hacer la suya –matar al binladenismo con una bala– esto es, con elecciones reales, con verdaderas constituciones, verdaderos partidos políticos y auténticas políticas progresistas".
Con el título Farewell to Geronimo, Thomas L. Friedman escribe estas optimistas palabras en su columna de The New York Times de ayer.
Apunta al final de la misma que sólo podemos esperar a que haya una verdadera lucha de ideas, a lo que uno de los lectores que le suelen seguir deja escrito lo siguiente: "Entonces, ¿los iraquíes, paquistaníes, afganos y el resto del mundo Árabe van a dejar de quemar banderas americanas y van a invitar a cenar a Netanyahu? No, no lo creo".
El mundo entero recuerda de manera muy nítida qué estaba haciendo exactamente el día en el que el mundo democrático occidental se mostró vulnerable y con el cuerpo desnudo. Así, todos recordaremos el día en el que se dio caza a unos de los personajes más criminales y siniestros de la historia contemporánea exhalando un cierto respiro. Pero, tal y como señaló Fallacci justo después del atentado de las Twin Towers, la tragedia es que el problema no se resuelve con la muerte de Osama Ben Laden, porque hay decenas de miles de mini Laden. Están por todas partes y los más aguerridos se encuentran agazapados en Europa.
Supimos que las sociedades abiertas y democráticas estábamos más expuestas y hemos estado conviviendo con el miedo, en unos territorios más que en otros. Se trata de una lucha permanente y el problema no es otro que intentar combatir con la razón a pueblos movilizados por una idea religiosa y que al entrar ésta en convivencia con la política se torna letal.
Twitter está calentito. Y las decenas de disparates que he podido leer en las últimas horas son sólo un pequeño guiño de ese rostro oscuro que dará la cara en algún momento. Porque, sintiéndolo mucho, hay comentarios malévolamente dirigidos por sectores progresistas rancios que fijándose sólo en sus dedos inquisidores olvidan el peligroso horizonte que se esconde detrás. Y lo que está en juego es la libertad, los valores democráticos, el Estado de Derecho, las sociedades abiertas y el respeto a la tolerancia. Así que pocas coñas.
Veamos. A Maruja Torres le da miedo Bush. A mí, sin embargo, me da miedo ella. Alguien que llegó a prácticamente justificar el atentado del 11-S no me da miedo: me da pánico. Y determinados personajes instalados en determinadas facciones de la izquierda me ponen los pelos de punta, qué quieren que les diga.
La instantánea que ha dado la vuelta el mundo, con el presidente Barack Obama rodeado por los miembros de su equipo nacional de seguridad y flanqueado por un Joseph Biden en mangas de camisa y rosario en mano, y una Hillary Clinton cuyo rostro no puede ocultar el temor, no es más que el vivo retrato de quienes están permanentemente alerta, atentos y temerosos de los poderosos tentáculos armados egipcios, libios, argelinos o kuwaitíes.
Los que, en definitiva y superando cualquier ficción, deberán, con la ayuda de los aliados, seguir no sólo protegiéndonos a los demás, sino protegiendo un valor completamente esencial: la libertad.
Y mucho me temo que el "We got him" de Obama tras capturar a Ben Laden no es más que un pase de pantalla a la siguiente con un extra bonus. Aunque requerido para llegar a la final.