Suelo coincidir con numerosos quebequeses que pasan sus vacaciones en el norteamericano Estado de Maine. O Vermont, desde donde la hermosa población de Burlington cruza el Ferry a Canadá atravesando el maravilloso lago Champlain. El francés se entremezcla con el inglés debido a la cantidad de turistas canadienses que pasean por las zonas más limítrofes con su espléndida nación.
Canadá siempre me cayó bien. Mi simpatía por los Estados Unidos ya la conocen, les hablo a menudo de ella y de ellos. Pero siempre vi a sus vecinos del norte como ese primo bonachón, tranquilo, paciente y trabajador que no siempre piensas en él, pero sabes que ahí está para lo que haga falta y cuando te lleva de paseo, te sorprende por su amplio recorrido, gustos exquisitos y saber estar.
La cuestión es que me apetecía escuchar lo que tenía que decir en su visita a España el Primer Ministro de Quebec. Bien por mi condición de catalana que desde pequeña solía escuchar diversas teorías referentes a las similitudes con respecto a Quebec y "espejo" inspirador donde mirarse, bien por lo que fuera, que tampoco viene mucho al caso.
Jean Charest ya advirtió días antes en una entrevista a La Vanguardia lo que podrían ser sus posteriores intervenciones: "Hay una fatiga del debate secesionista". Pues no sabe lo que me reconforta, pensé, porque aquí permanecen infatigables. Inasequibles al desaliento, oiga.
El político quebequés, miembro del Partido Liberal, francófono que domina también el inglés, se mostró orgulloso de pertenecer a un gran Estado como lo es Canadá, con cuyo Primer Ministro –anglófono y miembro del Partido Conservador– mantiene una estrecha colaboración. No en vano ha sido Stephen Harper quien les ha reconocido su condición de nación y les ha permitido una mejor financiación y una mayor autonomía desde la que se sienten afirmados dentro del sistema federal al que pertenecen.
No quiso inmiscuirse en lo que consideró "asuntos internos de España". Se mostró respetuoso y conocedor de nuestra idiosincrasia y realidad nacional. Y apuntó que ambas no eran comparables.
El 80% de los ocho millones de habitantes que integran el área quebequesa, tienen el francés como primera lengua. Y en muchos casos, fuera de Montreal, no conocen la que debería ser la segunda.
Admito que me encandiló o me dejé atrapar por su don de gentes, puesta en escena, notable fluidez verbal y precisos gestos. Eso, regado con el poder que tiene en sí mismo el francés. Armonioso, bello y contundente al mismo tiempo. Pero su intervención, claramente dirigida a empresarios españoles para lograr un aumento de nuestras inversiones en el denominado Plan Nord que ha puesto en marcha en Quebec, fue impecable.
Charest no comulga con los postulados independentistas, cree, sin embargo, en la pertenencia y lealtad a un gran conjunto, a un gran Estado. Aunque "los debo representar a todos, es mi deber", apuntó.
Artur Mas, en una de esas frases demoledoras a las que nos tiene últimamente acostumbrados desde que decidió salir del armario identitario, apuntó que "Canadá trata mejor a Quebec que España a Cataluña". Es lo que suele pasar cuando uno sólo presta atención a sus posibles derechos y no a sus deberes.
Tan sólo una sencilla cuestión. ¿Se habrá preguntado el President de la Generalitat si Cataluña está siendo igual de leal a las instituciones españolas como lo es Quebec con respecto a las canadienses? No me contesten. Que lo haga él, mientras echa doble ración de Glassex a ese espejo que comienza a amarillear.
Y en cuanto a la ausencia absoluta de representantes políticos en su conferencia de Madrid, creo que da para otra columna. El título: Nosotros y nuestro preciado ombligo.