Llevo varios días con un virus campando libremente por mi cuerpo. Ello no me impide circular con cierta normalidad, así que nos encontramos ambos en proceso de conocimiento. Le pido con carita de niña buena que no sea demasiado malvado y en cuanto pueda ya me desharé de él. No creo que llegue a tener Síndrome de Estocolmo.
La cuestión es que ello me ha permitido estar algo más quietecita y he aprovechado para visionar algunos largometrajes. Ayer mismo volví a ver Oriente es Oriente. No sé si recuerdan aquel filme independiente británico de Damien O´Donnell que consiguió el BAFTA a la mejor película en 1999. La historia versa sobre un paquistaní propietario de un local de fish&chips que reside en una población del norte de Inglaterra, casado con una inglesa y padre de siete hijos a los que pretende educar en la más estricta tradición musulmana, en contra del deseo de ellos.
Los hechos transcurren en la Inglaterra de 1971. Pero bien podría ser ayer. Y bien podría ser el Raval barcelonés. Pero como casi nada en esta vida es casual, amanezco con unas declaraciones de Josep Antoni Duran i Lleida –algo desmelenado en las últimas horas– en las que nos advierte de su preocupación al respecto del mayor número de nacimientos de niños Mohamed, que de niños Jordi o niños José. Ahí estamos, dándolo todo, que estamos en campaña electoral y se debe notar.
Pero una, aunque esté vírica perdida, sigue atenta y se percata del décimo aniversario de los famosos encierros de inmigrantes sin papeles que tuvieron lugar en varias iglesias españolas, pero con especial énfasis en nueve emblemáticas iglesias barcelonesas. Corría el año 2001.
Lo recuerdo con absoluta nitidez porque nunca había asistido hasta entonces a semejante ejercicio descarado y descarnado de hipocresía social y política. Todos los políticos pretendían retratarse con algunos de los inmigrantes que se encontraban hacinados, siendo manipulados por unos y otros con el único fin de hacerle un corte de mangas al Gobierno de José María Aznar, que era lo que se estilaba por entonces. Modas, aunque ésta no muy pasajera, todo sea dicho.
Hace unos meses la que fue portavoz de "Papers per a tothom" concedía una entrevista a La Vanguardia hablando de tamaña hazaña, haciendo gala de sus dotes de negociadora y narrando cómo se pusieron en marcha todos los movimientos para conseguir, antes de que la nueva Ley de Extranjería aprobada por el Gobierno del Partido Popular entrara en vigor, una regularización masiva de inmigrantes sin ningún tipo de permiso. Y ahí empezó la huelga de hambre, los encierros prolongados durante 47 días, los chantajes inmorales y la hipocresía de todos los representantes políticos.
Una doble moral de la que tampoco escapó la coalición a la que pertenece el Sr. Duran i Lleida, cabe decir. La Delegación del Gobierno de Cataluña navegó sola y esquivando torpedos submarinos.
Así que ahora no puedo más que sonreír cuando escucho a más de un representante político hacer según qué tipo de comentarios. Al comprobar cómo la siguiente Ley de Extranjería fue todavía más restrictiva. Y al ver cómo alguno de esos niños que tanto preocupan al líder democristiano canta Els Segadors con mejor entonación que algún hijo de los "pura sangre".
En aras de la multiculturalidad se han cometido auténticas barbaridades y veremos ahora las consecuencias. Todo ello sumado a la falta de respeto a las normas que imperaban al respecto. Pero hay ciertos asuntos en nuestra querida España que no se pueden tocar sin caer en una demagogia repugnante.
Así que, salvo que las principales formaciones políticas de este país no demuestren algo de sentido común y se sienten a debatir en profundidad temas como el de la Inmigración, seguiremos mirando hacia otro lado como si nada estuviera sucediendo con la inmigración no regulada y, con un poco de suerte, el Sr. Duran podrá consolarse cuando vea al hijo de Mohamed trepar por las espaldas de los Jordis para alzar la mano como una auténtica anxaneta. Ahí arriba, junto a los Castellers de Vilafranca.