En una especie de encuentro de amigos justo antes del verano en el que hablábamos de las relaciones turbulentas entre Barcelona y Madrid, de las lealtades entre Cataluña y el resto de España y de las eternas diferencias –para unos estimulantes, para otros limitadoras– de ambas sociedades, quise poner de manifiesto una de las sensaciones que voy teniendo desde hace un cierto tiempo.
Una servidora, que de turbulencias sabe algo, confesó sin pudor que mi pasión y mi amor hacia Barcelona se encontraba en uno de esos períodos –más de uno y de una sabrá a lo que me refiero– en los que una mezcolanza de inercia y vértigo hacen que prolongues algo en el tiempo sabiendo de antemano el doloroso final que se avecinará tarde o temprano.
De hecho, lo expresé de una forma mucho más cruda. Comparé mi relación con la Ciudad Condal con la que puede tener una hija con un padre que se ha entregado a la bebida, al juego o a las drogas. O peor, a una combinación de todas ellas. Que bien sabe que tiene que ayudar y seguir queriéndole, pero cada día se lo pone más difícil. Ya saben lo que quiero decir.
El tema de la degeneración de Las Ramblas viene de lejos. La Vanguardia publicó fotografías hace ya unos cuantos meses, menos explícitas que las publicadas recientemente y por las que los falso progres se llevaron las manos a la cabeza. Sólo cuando han aparecido en El País , con su buena dosis de inmundicia se han producido variopintas reacciones.
Las más esperpénticas, as usual, en mi querida ciudad. Assumpta Escarp, ex jefa de Gabinete del anterior alcalde y actual concejala de Seguridad, sale corriendo a echar la culpa al Ministerio de Interior de la presencia de prostitutas en los aledaños del Mercat de la Boqueria, Jordi Hereu envía tímidamente a la Guardia Urbana para demostrar que "se pone las pilas" y el conseller de Interior, mi añorado Joan Saura, a sus cosas, a sus "bolsa caca". No sin antes hacer la mejor de las propuestas. La formación ecosocialista cree que lo mejor para atajar el problema de la prostitución y de las mafias que las explotan es la creación de "zonas de tolerancia", llevando a cabo para tales efectos una negociación entre vecinos y prostitutas.
Ignoro si habrán contemplado también un office para el proxeneta de turno con una hoja Excel bien diseñada, no vaya a ser que se le escape algún número. No me podrán negar que estos chicos no son unos fenómenos. Mi propuesta, en este sentido, es que la zona cero se instale justo enfrente del domicilio del líder de IC-V, para que pueda demostrar lo tolerante que es, seguro que no nos falla.
Dejemos de lado las habituales y bochornosas ideas de cabeza de chorlito de estos tipos y volvamos al asunto con la seriedad y preocupación que requiere.
En este país de hipócritas, los mismos que acompañaban a los inmigrantes en situación irregular a encerrarse en las iglesias para pedir papeles para todos, los mismos que tildaban de poco menos que insensibles a los responsables del Gobierno del Partido Popular encargados de redactar una nueva Ley de Extranjería e Inmigración acorde a los nuevos tiempos –en la que se endurecía notablemente la pena a los responsables de organizaciones mafiosas que explotan hasta el límite a tantas mujeres totalmente desprotegidas–, los mismos a los que se le llenaba la boca de huecas palabras pidiendo tolerancia y solidaridad con todas las personas indocumentadas, son los mismos que piden ahora mayor presencia policial, más dureza en la lucha contra la inmigración irregular, un aumento de la eficacia de los procedimientos de repatriación y la imposición de plazos de prohibición de entrada de cinco años para las órdenes de expulsión.
El deterioro de zonas de Barcelona como el Raval no ha empezado ahora. Empezó ya hace bastante tiempo, cuando muchos responsables políticos de mi querida Barcelona, absolutamente entregados a la doble moral se sentaban con todos los inmigrantes que en situación irregular se iban instalando por todas esas calles, desoyendo a las asociaciones de vecinos y a los informes policiales, que con guitarra en mano les animaban a manifestarse antes de regresar a sus domicilios de Pedralbes quitándose el polvo Diagonal arriba y haciendo uso de sus Hand Sanitazer. Ésa es la cruda realidad, les guste o no.
Y mientras nuestras instituciones no metan mano de lleno a las mafias, a todas las organizaciones encargadas de explotar a esa pobre gente, el problema se irá agudizando más aún si cabe. Más allá del tema de la prostitución.
Quizás algún día la Rambla vuelva a ser la Rambla. La vía a la que tantos han escrito y cantado. Esa avenida repleta de flores, pájaros y artistas. La misma donde Santiago Auserón decidió allá por los ochenta encontrarse con ella, encontrarse cara a cara con La Negra Flor.