Un claro ejemplo, sin duda, de lo que podría aproximarse a una buena definición del término surrealismo en su fase más evolucionada sería la escena aún calentita entre un político oriundo de Córdoba y otro nacido en Ceuta intercambiando el uno palabras en catalán y expresándose el otro en castellano mediante la ayuda de un aparato traductor en nuestra Cámara Alta.
Visto desde fuera es como de coña marinera y visto desde dentro es tan sólo una pincelada más de nuestro particular y colorido escenario político, cada día más repleto de garabatos sólo inteligibles por unos pocos.
El presidente de la Generalitat de Catalunya ha acudido al Senado para pedir la renovación del Tribunal Constitucional, ya que éstos siguen tumbados a la bartola a verlas venir y dando alas a que puedan ocurrir cosas como ésta, sin ir más lejos. Y lo ha hecho en la lengua, no que le vio nacer, sino la que ha aprendido con ahínco y tesón en sus años de vida en Cataluña, algo encomiable si no fuera porque nunca es bueno ser más papista que el Papa forzando situaciones que rozan lo absurdo en un entorno en el que todos sus miembros conocen y utilizan la lengua común de todos los españoles, que es también la suya.
Inciso. Antológica fue la intervención del periodista Arcadi Espada en catalán en Ondacero con Carlos Herrera ejerciendo de traductor simultáneo, donde venían a decir que si aquello era el reflejo de la sociedad, por qué no extenderlo a todos sus ámbitos. Sigo.
Cierto es que la iniciativa de poder expresarse en cualquiera de las lenguas cooficiales en la Comisión General de CCAA del Senado viene de 2005, tras un acuerdo unánime de todos los grupos parlamentarios y por tanto, no es la primera vez que se habla catalán, gallego o euskera en esta Comisión.
Pero cierto es también que la situación de asfixiante crisis actual debería haber sido motivo suficiente para tener un gesto más de austeridad, más simbólico que efectivo, pero demostrando la capacidad de cada uno para poner su granito de arena. Y si a esto le añadimos que el clima entre Cataluña y el resto de España está más inestable y tenso que nunca, tampoco habría estado del todo mal dejar de lado las emociones lingüísticas.
Y desde luego, tampoco es lo más adecuado apelar al sentido común, algo de lo que precisamente el Sr. Montilla no anda muy sobrado en estos días, que viene a ser algo así como que Cristina Fernández de Kirshner venga a España a darnos lecciones de justicia. Del todo innecesario y sobre todo, inapropiado.
"La lengua no tiene precio" ha sentenciado el presidente catalán a la hora de responder a la cuestión sobre el coste de las pertinentes traducciones. Así, a lo anuncio de Mastercard, quedándose tan ancho el tipo. Pero a la hora de escribir estas líneas es cuando se ha quedado bien a gusto en Rac1, la emisora catalana del Grupo Godó.
Una servidora ha podido escuchar en directo, recién duchadita y por lo tanto, con los oídos bien despejados, que sí, que Cataluña y el resto de España están atravesando una etapa de relaciones difíciles, que los afectos, para que permanezcan, tienen que ser correspondidos, pero que el verdadero culpable es la "España más mesetaria que prescinde de la periferia, la que defiende la España pre-constitucional (...), la mayoría perteneciente al PP, que considera que una política anticatalanista le hace ganar votos".
José Montilla, quien cada día se parece más al personaje que le caricaturiza en Polònia, debería saber a estas alturas que el sentido común no va siempre ligado a las emociones, ni a las afectivas ni a las relacionadas con la rabia y los arrebatos a los que nos empieza a tener acostumbrados. Y desde luego, el seny es la cualidad que más escasea en el espíritu del tripartito. Así que antes de acudir al Senado a representar la obra de fin de curso, debería repasar los manuales básicos donde le recuerden un mínimo de sensibilidad institucional, un mínimo de cumplimiento de las reglas de juego, un mínimo de fair play y un mínimo de sentido del pudor.
Verán. Esta semana cumplo un par de añitos en esta casa. Veinticuatro meses intentando contarles cosas con mayor o menor acierto, con más o menos inspiración, sin ocultar –porque se trataría entonces de otra persona– mi estado de ánimo ni mis ganas de expresar mayor profundidad o una aparente frivolidad para quitar hierro a según qué asuntos. En fin, procurando transmitir percepciones como una es, ni mejor ni peor. Y ¿saben lo que les digo? Tras dos años de contemplar nuestro panorama nacional no sólo no hay nada nuevo en el horizonte sino que los nubarrones que se ciernen sobre él son más oscuros que nunca. Y hoy, precisamente, no me he dejado llevar por las emociones, para no anular el poco sentido común que me queda.