Cielo azul navy, edificios decimonónicos de ladrillo bermellón, asfalto irregular, verdes y húmedos jardines alrededor del río Charles, estudiantes y profesores mezclados con turistas. No quería faltar a mi cita de cada verano con ustedes desde Cambridge, esa pequeña localidad a dos escasas paradas de metro de Boston, donde el talento y el altísimo coeficiente intelectual que se concentra en cada metro cuadrado, hace que su universidad, Harvard, mantenga el pulso internacional.
Les escribo estas líneas cerca de Harvard Square. Puedo contar a mi alrededor una veintena de nacionalidades, puedo intuir una docena de religiones, escucho conversaciones en varias lenguas y el chador de la chica que tengo justo a mi lado contrasta, un año más, con el mini top que luce la joven que acaba de cruzar la calle.
Hace tiempo que aprendí a apreciar cómo suena y qué cuenta el asfalto. Así, dejé hace tiempo mis auriculares en un rincón del bolso. Me estaba perdiendo demasiadas cosas.
Los debates, las tertulias con expertos, la prensa escrita y los medios de comunicación en general dedican horas y páginas a las negociaciones entre demócratas y republicanos, a las diversas tácticas y las ajedrecísticas maniobras que se ocultan detrás de cada decisión, donde el Tea Party aparece en muchas de ellas. Los poderosos tentáculos de los bank-bench, aquellos influyentes "diputados sin cartera". Estamos hablando de política en toda su dimensión.
Y como de ella hablamos, no podemos dejar de hablar de él. Barack Obama habrá descendido puestos en popularidad, algunas de las fotografías que colgaban de no pocas ventanas harvardians han desaparecido, y sin duda, encontramos menos obamanizados circulando por las demócratas calles de Massachusetts. Pero lo que es indudable es que cuando él habla, la gente escucha. Suficiente.
A las nueve en punto del lunes dio comienzo el discurso a la nación del presidente de los Estados Unidos de América. Podrá gustarte más o menos, podrás sentirte ideológicamente más cerca o más lejos de sus posiciones, podrás considerar o no que el marketing juega un papel demasiado protagonista en la toma de sus decisiones. Pero cuando se enfrenta con verdadera maestría a la pantalla, la gente enmudece.
El dominio escénico, las citas cuidadosamente escogidas, el volumen gradual del tono empleado y ese contundente God bless you and God bless America justo antes de abandonar con paso firme la escena alejándose poco a poco de la pantalla, son definitivamente demoledores.
Eso que ahora califican como la construcción de tu marca personal, lo que ahora estudiamos como liderazgo o el análisis de los rasgos que deben tener en común aquéllos considerados hoy como poderosos, queda perfectamente descrito en la personalidad de Obama. Y me atrevería a decir que en Europa asoma la cabeza Sarkozy. Poco más, lamentablemente.
No deja de sorprenderme la cantidad de estudios y manuales que hay al respecto. Toda la vida han surgido líderes, siempre hay quien lleva las riendas de un grupo, ya desde párvulos y siempre hay quien ha sabido potenciar los valores de cada uno de nosotros estimulándonos a ser cómo somos y a tener criterio propio. Pero ahora queremos saber el porqué y el cómo.
Esta semana nos ha dejado la que fue una gran maestra, una gran religiosa y una mejor persona, a quien tanto le debo. Permítanme, pues, que dedique mis palabras de hoy a Madre Araceli, quien dirigió con auténtico saber las Escuelas Pías de Barcelona respetando las diversas maneras de enfocar nuestras vidas, nuestras creencias, nuestras tendencias y orientaciones.
Y no precisó de ninguna Ley que fomentara ni la tolerancia ni la igualdad. Iba sobrada. Pero eso nunca lo llegará a saber Rodríguez Zapatero. Una lástima.