Hace algunos días y en el preciso momento en el que Nicolas Sarkozy decidió visitar la sección musulmana del cementerio de soldados de la Primera Guerra Mundial de Ablain-Saint-Nazaire, la comisión parlamentaria que ha estudiado en Francia la posibilidad de prohibir el chador, la niqab o la burka en sus calles, emitía sus definitivas conclusiones.
Así pues, mientras el presidente de Francia caminaba firme portando las flores que depositaría en las tumbas de los combatientes musulmanes, quedando inmortalizado en una impecable imagen, los diputados condenaban el uso del velo integral por considerarlo contrario a los valores de la República, llegando pues a proponer la prohibición de éste –como primera medida– en todos los servicios públicos, es decir, cualquier recinto oficial y administrativo, escuelas, hospitales y medios de transporte.
El Parlamento será quien decida finalmente si aprueba la veintena de proposiciones presentadas, entre las que se encuentra la denegación de nacionalidad francesa y permiso de residencia a toda mujer que vista con cualquier velo integral y "disimulación del rostro en general", así como a su cónyuge.
Pero por si el asunto no había quedado suficientemente claro, Sarko ya ha advertido de que "la burka hace prisioneras a las mujeres" y de que el debate al respecto de su uso se tiene que abordar de inmediato, sin sentir vergüenza ni temor a la hora de defender "nuestros" valores, ha apuntado. En definitiva, la burka no es bienvenida en Francia ya que, en su opinión, ésta no es un signo religioso, sino un símbolo de sometimiento de las mujeres. Cristalino.
El debate está en la calle y en todos los ámbitos sociales y políticos. De hecho, se sucederán acaloradas e interesantes discusiones alrededor de los límites de la libertad individual o si realmente se trata de una libertad libremente elegida, válgase la súper pero realista redundancia.
Cuando a principios de este siglo XXI, Giovanni Sartori nos demostraba que el multiculturalismo –política que promueve las diferencias étnicas y culturales– no es la continuación del pluralismo, sino que se trata de dos concepciones antitéticas que se niegan la una a la otra, sabía muy bien a lo que se refería y nos recordaba, además, que el pluralismo nace con la tolerancia y que ésta no ensalza al otro, tan sólo lo acepta, mientras que la versión dominante vigente hoy del multiculturalismo es una versión antipluralista.
El multiculturalismo, en definitiva, acoge valores y costumbres que pueden estar en abierta contradicción con los valores del pluralismo.
Supongo que a los progres de manual de páginas color sepia que asesoran a nuestro querido Gobierno español no les interesará demasiado tratar estos asuntos puesto que todo lo resuelven calificando al resto de los mortales de intolerantes, aunque antes de dirigirse a degustar la reconstrucción de una patata asada con flor comestible a la espuma de aceite de pistacho trufado, podrían explicarle al presidente español el verdadero significado de liderazgo y cómo se ejerce éste.
Pensarán ahora ustedes que me he declarado abiertamente cheerleader de Sarko sin disimulo alguno. Pues verán, no exactamente. Pero si hay algo que detesto es la cobardía y la pusilanimidad, y si hay algo que valoro en un hombre es la valentía y la personalidad, con lo que, en fin, sin ostentar –permítanme, va, sólo un poquito de frivolidad– el arrollador atractivo que para una servidora posee su archienemigo Dominique de Villepin, sí tiene, en mi humilde e incauta opinión, mucho recorrido ganado a base de defender día a día, no sin una magistral puesta en escena, lo que él considera fundamental e indiscutible.
A la hora de escribir estas líneas no se ha producido todavía la ya anunciada remodelación ministerial para esta semana, así como las reuniones programadas para elegir los sectores estratégicos donde el Estado francés piensa invertir para salir reforzados de la crisis económica. ¿Cómo les suena? No muy familiar, supongo.
Bien es cierto que en esta etapa que nos toca vivir de líderes descafeinados y edulcorados, con visiones que no van más allá de sus inmediatos plazos, perfectamente programados y milimetrados en función de la última encuesta manejada, cuando aparece alguien que promueve sin pestañear los temas centrales que deben ocupar las mesas de discusión de los más altos responsables políticos, suele destacar más de lo que quizás lo hiciera si los liderazgos mundiales gozaran de sus más óptimas condiciones.
Pero lo que una servidora tiene muy presente es que, probablemente no les sepa definir exactamente cómo es o cómo se forja un auténtico líder, pero desde luego, sé identificarlo perfectamente cuando lo veo. Y en España, por desgracia, hace bastante que no tengo ninguno a la vista.