Les diré algo. Como la sangre latina corre por mis venas de manera más que evidente, aunque la brisa mediterránea y sobre todo los años vayan matizando y suavizando esos brotes temperamentales, procuro –no siempre con éxito– contar hasta diez, quince o veinte, dependiendo de la gravedad del asunto, antes de lanzarme como una fierecilla ante cualquier situación que pueda alterarme, sea de la índole que sea.
Todavía bajo los efectos post-editorial y el entrañable despertar de los supuestos representantes de la sociedad civil catalana, he contado hasta quedar exhausta antes de decidir sentarme frente al teclado para escribir lo que a continuación paso a relatarles.
Innumerables son los artículos, columnas, tertulias de opinión y ensayos diversos que han abordado estos días la ya famosa por inusual iniciativa de doce periódicos catalanes de publicar simultáneamente un idéntico editorial al hilo de la esperada sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán y su encaje o no dentro de la Carta Magna.
Repasemos algunas cuestiones. Que el Tribunal Constitucional esté paralizado durante tres años por este asunto es como de coña marinera, en eso estamos de acuerdo. Que a algunos de ellos les haya entrado la flojera en las piernas ante la determinación a tomar, también lo tenemos claro. Que los muchachos de ERC, después de solicitar el voto en contra del Estatut el día del referéndum, pidan ahora su desarrollo como si les fuera la vida en ello, forma parte de una más de sus inherentes contradicciones, aunque no por ello menos surrealista. Que a Pascual Maragall se lo zamparan políticamente los suyos para ser sustituido por alguien con mayor perfil "españolista" de nombre José y de apellido Montilla, convertido ahora en máximo exponente de esa Cataluña que demandan "digna" por no llamarla desleal, manda narices también.
Y que –esto es lo que más me pone a tono– sea Jordi Pujol quien diga aquello de "no nos hemos gustado ni hemos gustado al resto de España", o "tendremos, desde Cataluña, que confiar más en el propio esfuerzo que en la comprensión ajena", o "el progreso del Estatut no compensa el desgaste sufrido por Cataluña", es la prueba más irrebatible de que algo serio y preocupante nos está pasando.
Alguno se preguntará qué papel está jugando José Luis Rodríguez Zapatero, después de haber sido la principal cheerleader durante el proceso de redacción de un Estatut que lo único que tenía que hacer era amoldarse a los amplios márgenes de los que dispone nuestra Constitución. Pues nada, de rositas, como de costumbre.
Después de que el presidente de la Generalitat diga que si su llave no abre la puerta, en lugar de limarla, tendrá que echarla abajo, y después de que ese espíritu tan encomiable y conciliador haya sido avalado por casi todos los grupos parlamentarios, por una sociedad civil impertérrita ante los casos de corrupción, pero bien atenta por si tiene que echar una mano en ese derribo y por un grupo de periódicos catalanes que avalan, con una actuación de dudoso pluralismo y de manera más que pretenciosa en nombre de la dignidad de Cataluña, a ver si adivinan quién sigue siendo el malo malísimo de la película.
Acertaron, por supuesto. Los populares vuelven a ser los únicos culpables. Hay quien incluso, en un calentón impropio de alguien que haya sido merecedor de la Creu de Sant Jordi, ha vociferado públicamente que "habría que matar a todos los del PP". Tomen nota. Ramón Bagó, presidente del Salón Internacional de Turismo de Cataluña y ex director general de Turismo de la Generalitat entre los años 1980 y 1984, es asimismo, presidente del Grupo Serhs. Nada diré sobre las palabras de este aprendiz de los Soprano de Calella.
¿Y saben por qué? Porque es mucho más eficaz que todo aquel votante, simpatizante o militante del Partido Popular que se haya podido sentir ofendido por este tiparraco, es decir, unos cuantos millones de españoles, entren en la página web de su grupo, donde verán servicios de gestión alimenticia como Arcs catering, unos cuantos hoteles y diversas agencias de viaje a los que simplemente no deben dirigirse. Ni más ni menos.
Lo admito. Es posible que no llegara a contar lo suficiente, porque sigo calentita. Ahora bien, en mi casa, a este paso y lamentablemente, donde caben dos ya no van a caber tres. Bienvenidos a ella.