Hoy estoy algo cansada. Entre la operación Gürtel –que, estarán conmigo, parece más bien el nombre de una colección de David Delfín– Kosovo y los deslices ministeriales, esa crisis nuestra cada día más asfixiante y los Mossos del todavía conseller Joan Saura desperdigados y descontrolados por las calles barcelonesas, no me encuentro muy allá. Y no me pregunten por qué razón, pero me he acordado del pueblo cubano. Me lo pedía el cuerpo, ya ven, esas cosas que pasan.
"No sé cuánto tiempo más tendré que esperar para volver a contemplar un amanecer en mi tierra". Esto me decía hace más de diez años un amigo cubano, allá en la Florida, al adentrarse en su barca en esas noventa millas que le separan de su amado y añorado pueblo. A la altura de Islamorada se quedó quieto y mirando fijamente al horizonte los ojos se le humedecieron.
Y sigue esperando. Su familia ha crecido en Miami, su trayectoria profesional se ha desarrollado con éxito y tiene una casa confortable. Pero la frustración de no poder volver a ver a su gente y oler su mar sigue intacta. Porque tras veinte años de la desaparición del Muro de Berlín, esa pared que separaba el mundo libre del más rancio comunismo, esa muralla que partía en dos a esa Europa que fue testigo de las más de setenta mil personas que fueron arrestadas por intentar escapar –aunque con mayor fortuna que otras casi trescientas que murieron asesinadas en su intento– la Cuba castrista ha permanecido inamovible, como si no fuera con ella.
Medio siglo de absoluta ausencia de libertad, de prosperidad, de pluralismo político, de diversidad e independencia informativas, de acceso a las nuevas tecnologías, de respeto a las opciones sexuales de las personas, en definitiva, cincuenta años de imposición de un sistema dictatorial y el resto del mundo se ha sentado a esperar. Así, sin más.
Apuntaba no hace mucho José María Aznar que la libertad que hoy disfrutamos los europeos no habría sido posible sin la determinación, el compromiso y el coraje de unos pocos líderes internacionales que apoyaron a quienes luchaban por un mundo libre desmantelando las mentiras del comunismo. Y tenía toda la razón, aunque no sea hoy día políticamente correcto citar al presidente que más bienestar ha proporcionado a España desde que tuvieron lugar las primeras elecciones democráticas. Ironías de la vida. Además y entre nosotros, ¿desde cuándo me ha gustado a mí lo políticamente correcto?
A lo que iba. ¿Dónde estaban entonces los intelectuales mal llamados progresistas? Y ahora, ¿por dónde circulan? ¿Quién defiende a los homosexuales encarcelados? ¿Y a los que se encuentran aislados por defender simplemente la llegada de la democracia?
Las voces disidentes siguen ahí, desoladas y exhaustas, denunciando situaciones lamentables, describiendo el miedo y la coraza intelectual con la que conviven sus paisanos. Y sigue sin pasar nada. Creo, sinceramente, que hay algo que se me escapa porque no lo logro entender.
No sabemos todavía si Barack Obama piensa llevar a cabo algún tipo de estrategia nueva y reformadora, o si determinadas organizaciones nacionales e internacionales decidirán de una vez por todas que el pueblo cubano tiene el mismo derecho que otras tantas naciones, en su día privadas de la misma libertad, a manejar su propio futuro, sus vidas, sus ansias y deseos. Y de paso, demostrar cierta honestidad intelectual. Tienen ahora una oportunidad para ello.
Mientras tanto, España se ha tumbado a tomar el solecito, descuidando por completo a su familia, a pesar de que, bien es cierto, bastantes problemas tiene ahora con sus hijos.
En una de sus últimas canciones, Gloria Estefan reclama, cada vez con voz más cansada lo mismo que la mayoría de sus hermanos. "Esperando, esperando... reunirme con mi pueblo. Una fiesta que seque su llanto y cumpla sus sueños. Todos bailando felices, brindando al destino dejando atrás tantos años de anhelos perdidos. Será el momento de juntos sanar corazones para que hombre que es libre no existen temores".
Así sea y te prometo, amigo mío, ese baile pendiente.