Me contaba mi marido lo que le sucedió al darse cita con un colega en uno de esos conocidos locales de la capital que tan de moda se puso hace años donde se te acerca el chef para enumerarte los platos del día mientras te formula cuestiones del tipo ¿tiene hambre o apetito? El tipo que iba con él le espetó con auténtica flema británica: "Le sugiero que me indique qué es lo que debo ir contestando hasta llegar a la merluza rebozada".
Por cierto, cuán cruel y despiadada es Madrid con los establecimientos que van surgiendo y viven posteriormente su ocaso hollywoodiense. Siempre nos quedarán los clásicos, supongo. O no. Pero sigo con lo mío, o sea, con la merluza.
Lo que pretendo abordar es el asunto del vuelco en el mundo de la comunicación con la aparición de las redes sociales. Esa inmediatez, ese titular demoledor, ese enganche con algo o alguien a través de unos pocos caracteres. Y en definitiva, ese estrés permanente que hace a la noticia del día actuar sin ella saberlo como el hueso para los hambrientos y veloces galgos.
El flash es lo que nos está definiendo. El otro día, sin ir más lejos, apenas me hizo falta leer la crónica del momento. Tan sólo con ver la cara de Angela Merkel al despedirse de Nicolás Sarkozy aferrada a su poderosa agenda de piel marrón chocolate, de la que colgaban tres regordetes bolis Bic cuatricolor, lo tuve claro. Claro, que una servidora es más frivolona que ustedes y más susceptible al color, a la música, al golpe de efecto. Y a la intuición.
La precampaña se inició hace meses en las redes sociales. Al parecer, y no me pregunten porqué, los populares arrasan en Facebook y los socialistas en Twitter. Todavía estoy averiguando los motivos. Se los contaré cuando disponga de una teoría creíble.
@conRubalcaba contaba en el momento justo de escribir estas palabras con 25.813 seguidores y 2.092 tweets. En Génova, sin embargo, se han resistido hasta el momento aunque ya han anunciado que Mariano Rajoy tendrá perfil en Twitter para verse las caras con su contrincante. ¿Serán suficientes una docena de tweets al día con sus correspondientes 140 caracteres para convencer al electorado a golpe de frase ingeniosa? Pues quizás sí, quizás no. Eso lo dejo para los asesores en marketing político 2.0 que para algo facturan. Aunque me temo que el panorama que tenemos es suficiente como golpe de efecto.
No nos engañemos. Los españoles somos unos cotillas profesionales y nos gusta conocer de cerca esos rasgos más personales, más privados, que caracterizan a cualquier líder. Y su fruto en Twitter está claro. Cuando presupones que detrás de un determinado personaje hay un equipo tecleando, deja de interesarte. ¿Por qué? Sencillo. Desciende el morbo, disminuye el riesgo de que la espontaneidad te juegue una mala pasada y desaparece el estimulante recurso de leer entre líneas.
Teniendo en cuenta que la media de permanencia en una página web por parte del lector no supera el minuto, entiende una que los profesionales de la cosa se centren en ese flash permanente de barras y estrellas.
¿Es más conservador Facebook y más progre Twitter? ¿Cuál de las dos redes es más efectiva como arma electoral? ¿Puede uno reposar en la noticia vertida en la primera y pasar por la segunda como el cometa Halley?
Esa apasionante arma de doble filo se revelará el próximo otoño. Aunque lo que me temo es que, cada día más, lo que deseamos es el plato a degustar sin aspavientos ni florituras. Pues eso. La merluza rebozada.