From Stettin in the Baltic to Trieste in the Adriatic, an iron curtain is descending again across the Continent.
Parafraseando el famoso discurso de Winston Churchill en marzo de 1946 en Fulton, Missouri, podemos decir que las agresivas actitudes del presidente Putin nos están trasladando a los tiempos más lúgubres de la Guerra Fría.
En el mundo de la globalización, Rusia ha decidido volver sesenta años atrás y reiniciar una política de confrontación con Occidente reavivando su nacionalismo expansionista, que se vistió de ideología comunista hasta la caída del Muro y que ahora se presenta sin disfraz. Moscú persigue un área de influencia en Europa y muestra un continuo interés por establecer lazos políticos con dictaduras y regímenes que no respetan los mínimos principios democráticos y que conculcan continuamente los derechos humanos. Además, aprovechándose de la globalidad y de nuestras libertades, vuelve a crear, como decía Churchill, quintas columnas en los países occidentales que cuestionan lo que han sido nuestros principios de convivencia en libertad y democracia al amparo de las dificultades económicas y la debilidad del Estado de Bienestar.
En lo que va de año, más de cien aviones rusos -desde bombarderos estratégicos que operan habitualmente con armas nucleares a MIG 31- han sido interceptados en Portugal, Inglaterra, Turquía, Irlanda, Islandia, todos los países nórdicos, Alemania y Polonia. Los aparatos rusos no se pusieron en contacto con los centros de tráfico aéreo y generaron notables peligros al tráfico comercial, lo que, teniendo en cuenta el antecedente del avión malasio derribado en Ucrania, no puede ser tomado a broma. Como en los años de la Guerra Fría, Rusia está poniendo a prueba la defensas de los europeos, y no parece que sea por cuestión de capricho o de aburrimiento.
Hasta la en otro tiempo neutral Suecia ha visto cómo los submarinos rusos penetran en sus aguas jurisdiccionales, como también lo vienen haciendo en otros países bálticos con idéntico propósito. Solo en un día del pasado mes, más de 24 aviones rusos fueron interceptados en diversas partes de Europa, en algunos casos amenazando con derribar a aviones noruegos. Desde los bombarderos alemanes de 1944 los ingleses no habían vuelto a escuchar sobre sus campos a sus aviones de combate; en este caso, para interceptar un avión de transporte ruso sobre Birmingham y, posteriormente, sobre las tranquilas islas Hébridas.
Todo esto podría considerarse una cuestión menor si no hubiera venido acompañado de la invasión militar rusa de una parte de Ucrania -invasión considerada por Putin como "gloriosa"- o de la entrada de tropas rusas en Ucrania en una clara violación de la soberanía nacional de ese país dando soporte a grupos prorrusos, que recuerda mucho al apoyo de Hitler a los alemanes austriacos o a los sudetes en Checoslovaquia. La continua negación de los hechos por el Gobierno ruso es una muestra palpable de que no podemos esperar juego limpio por parte Putin. Esta misma semana 4.000 soldados rusos con todo su equipamiento están alistados en Crimea junto a la frontera ucraniana, dispuestos para intervenir en el país. Y a esto se une la cancelación del gasoducto South Stream o los ciberataques sobre las repúblicas bálticas.
Los incrementos en dos dígitos de los presupuestos militares rusos en los últimos quince años frente a las continuas reducciones en Occidente han devuelto a Rusia al escenario geoestratégico en condiciones de mayor igualdad. Rusia acaba de anunciar la ubicación de misiles nucleares en trenes en constante movimiento para evitar su detección y ha renovado su arsenal nuclear, mientras que los americanos mantienen sus silos nucleares como si fueran de trigo. La ubicación de misiles de alcance medio en Crimea con capacidad para incorporar cabezas nucleares constituyen una clara amenaza para Ucrania, a la que se pretende poner de rodillas entre cortes de suministro de gas y amenazas militares.
Detrás de estas acciones siempre se esconden razones internas que se tratan de ocultar precisamente buscando enemigos fuera. Por una parte, las tropas rusas se enfrentan a los rebeldes chechenos, que han recobrado parte de su fuerza, y mantienen un número muy importante de fuerzas en estado de alerta en el Cáucaso, con un coste anual de miles de millones de euros.
Además, la recesión económica amenaza a Rusia y la prosperidad vivida desde la llegada de Putin al poder, precisamente en plena recesión (1999). Las sanciones a productos alimenticios europeos han vaciado las estanterías de los supermercados, en los que ahora se almacenan productos de dudosa procedencia y precios exorbitantes. La caída del precio del petróleo supondrá una reducción de ingresos en Rusia de unos cien mil millones de dólares en este año, mientras que las sanciones económicas occidentales dañarán la economía rusa en otros cuarenta mil millones. Esto supondrá una caída del PIB para el año que viene en torno a un 5%. La caída del rublo está encareciendo las importaciones y la inflación real puede superar este año el 12%. Los rusos ya no podrán salir de vacaciones el año que viene como lo habían venido haciendo en los últimos años. Las inversiones privadas han desaparecido ante unos tipos de interés que superan el 15% y las empresas rusas endeudadas en dólares ven cómo no pueden hacer frente a la devaluación de su moneda.
Pero no debemos pensar que por estas razones Rusia es un país débil. Sus reservas de divisas son gigantescas y dispone de extensas reservas de petróleo y gas que seguro encontrarán pronto destino alternativo, quizás con su nuevo aliado, China, aunque sea a precios más bajos. Militarmente dispone de la mayor fuerza nuclear mundial y del ejército más poderoso de Europa.
Frente a este nuevo telón, Occidente gasta en Defensa menos del 1,5% del PIB, frente a 5% de Rusia; la Alianza Atlántica se debilita ante la profundidad de la crisis económica en Europa y no existe conciencia de la amenaza, como sí tuvieron nuestros padres, que conocieron la guerra europea; es más, son ya muchos lo que justifican la acción rusa en Ucrania para explicar su inanición estratégica. Una vez más, los valores de democracia, libertad y defensa de los derechos humanos se ven amenazados por una fuerza poderosa que no respeta ni la legalidad internacional ni la soberanía, y con dudosos criterios de respeto a los derechos individuales y colectivos en su propio país. Solo una Europa unida y fuerte con una capacidad militar renovada podrá hacer frente a Rusia y devolver la estabilidad y el equilibrio a las relaciones internacionales. Pero debemos ser conscientes de que la principal amenaza es nuestra propia debilidad.