La celebración del día de las Fuerzas Armadas el pasado fin de semana es siempre un buen motivo para reflexionar sobre la situación actual de nuestros ejércitos y sobre todo sobre su futuro. Esta celebración ha venido adornada de algunas declaraciones curiosas: un ex JEMAD que no cree necesaria una celebración de este tipo, el mismo que gestionó la venta de las fragatas a Venezuela, ya apuntando maneras; la de Borrell diciendo que hay que incrementar el gasto militar y dejando la cara de su secretario general como un poema explicando las declaraciones de su potencial canciller cuando había olvidado nombrar a un ministro de defensa en su gobierno en la sombra, y la del presidente agradeciendo el esfuerzo y la entrega de los militares, que es de educación pero insuficiente cuando no se dotan los medios necesarios para que cumplan con su función de forma eficiente, y no casi abnegada, como deben hacerlo ahora.
En cuanto al estado actual, las fuerzas armadas se han dotado de muchos medios muy costosos que han permitido renovar una parte del material en los últimos veinte años y que hoy constituyen su columna vertebral: carros leopardo, Eurofigther, A-400M, vehículos sobre cadena Pizarro, submarinos S-80, Fragatas F-100, misiles, BAM etc. Un proceso de modernizado iniciado por Aznar y culminado por Bono que supuso una inversión de más de 30.000 millones de euros y un aporte tecnológico y de empleos de gran magnitud para nuestro país. Sin embargo, hay un problema: esta factura está en su gran mayoría pendiente de pagar. Sobre los 20.000 millones es la cantidad adeudada por el ministerio de defensa al ministerio de industria que prefinanció los contratos y a los proveedores. Es decir que algunos sistemas adquiridos bajo este proceso tendrán más de 30 años y se seguirán pagando. Esta deuda pendiente todavía es más grave ya que este año por la situación política no se ha podido pagar a las empresas la deuda que correspondía a este ejercicio. Ya que prorrogaron el presupuesto ante la incertidumbre política venidera podían haber dejado este tema arreglado. Cada retraso supone más coste y un perjuicio a las empresas de gran magnitud que cubren con gran estoicismo y esperanza de que algo cambie. Con el presupuesto existente no hay ni para pagar lo que se adeuda, o sea, que de continuar con la modernización nos podemos olvidar si no hay un incremento sustancial, y digo sustancial, del presupuesto de defensa.
Pero siendo esta deuda grande y cada más mas extendida en el tiempo; no es el principal problema. La caída libre de los créditos para mantenimiento están afectando notablemente a la operatividad de los sistemas, especialmente de los adquiridos bajo estos programas que tienen un coste de mantenimiento muy superior a los que reemplazaron. El correcto mantenimiento afecta a la disponibilidad de medios, a la disuasión y a la seguridad. Muchas de nuestras unidades obtienen más entrenamiento y operación participando de misiones internacionales financiadas exteriormente que de los propios recursos. Es imprescindible y urgente duplicar, y digo duplicar los créditos de mantenimiento.
En tercer lugar, todavía tenemos carencias notables, si persistimos en nuestro actual modelo de defensa, como socios de la Alianza Atlántica y la Unión Europea y con unos escenarios estratégicos complicados como país fronterizo con África. España ha continuado reduciendo sus presupuestos mientras que tenemos una guerra civil con Al Qaeda y el Estado Islámico como actores a una hora de avión de Almería y mientras Marruecos y Argelia han triplicado en los últimos quince años sus presupuestos militares y con unos planes de adquisiciones de gran envergadura que han reducido casi a la mitad nuestra tradicional capacidad de disuasión regional. Entre las carencias más acuciantes están los programas de vehículos 8x8 para reemplazar a los BMR y M-113 que operaban cuando Antonio Machín todavía cantaba boleros; las fragatas F-110 para reemplazar a las Santa María que ya tienen unos treinta años de operación; aviación naval para sustituir a los Harrier que ya tienen cuarenta años y los helicópteros Sea King con casi cincuenta años de operación; nuevos buques logísticos para reemplazar a los LPD, que han sido la vanguardia de nuestras Fuerzas Armadas en todos los conflictos y misiones humanitarias; aviones cisternas para poder apoyar a nuestras tropas en escenarios lejanos; vigilancia marítima con el reemplazo de los B-707, con casi cincuenta años, el reemplazo de los F-18 que ya tienen también treinta años y que por falta de recursos se han quedado pendientes de ser modernizados en su totalidad. Y luego vienen las necesidades menores pero importantes en infraestructura, equipamiento de ingenieros, transporte de autoridades, que es de una gran urgencia también por el estado de los actuales. Es decir mantener las capacidades actuales requerirán de una inversión adicional superior a los quince mil millones de euros en los próximos quince años.
Y todo este caudal de recursos de los extenuados bolsillos de los contribuyentes españoles no deben ir para fortalecer a la industria de otros países sino para generar recursos tecnológicos e industriales en nuestro país. No queremos que nuestro gobierno haga algo diferente de lo que hace Francia, Alemania o Reino Unido con su industria. Y sin duda que el efecto multiplicador que esta inversión ya produjo en el pasado, compensará económicamente del esfuerzo económico que debemos realizar.
Pero todo este catálogo de necesidades y capacidades está totalmente supeditado a la definición de nuestra política de defensa; a nuestras ambiciones como nación y atendiendo a las amenazas a nuestra seguridad. Si España quiere continuar en el modelo iniciado con nuestra democracia de plena integración en las instituciones de defensa colectivas de Occidente, debe acometer ya un incremento del gasto en defensa, resolver cómo pagar la deuda pendiente y reformar para hacer más eficiente todo el soporte logístico. La defensa que creemos tener vale mucho más de lo que gastamos y cada año que pasa sin volver a una senda de incremento, es un año más de deterioro de nuestra seguridad. Renunciar a este modelo de defensa para adoptar otro de corte bolivariano, más dedicado a controlar a la población propia que la ajena; o a uno pacifista que haga descansar nuestra seguridad, la de nuestros hijos e intereses, en el diálogo sincero y abierto con nuestros enemigos, ya sean del Estado Islámico o de Al Qaeda, o que confíe en la buena voluntad del líder de Corea del Norte o de otros tantos líderes autoritarios que continúan expandiendo su capacidad militar y nuclear, sería mucho más barato, sin duda, pero me parece a mi que estas actitudes ya las hemos conocido en el pasado y llevaron al poder a personajes como Hitler o Stalin.
Las Fuerzas Armadas son un pilar fundamental de nuestra nación; constituyen el recurso más eficaz y organizado para proporcionarnos la seguridad que demandamos. Su profesionalidad y formación está fuera de toda duda; su capacidad de servicio merece toda nuestra admiración, porque lo que hacen es casi un camino de santidad. No se merecen no tener los medios que requieren, no para su placer o disfrute, sino para cumplir con su vocación de servicio a España y con los mandatos que la sociedad les exige. Los valores intrínsecos a la Institución no pueden ni deben ser diferentes a los del resto de los españoles. No habría mayor frustración para la Institución y para todos los españoles que esto no fuera así. En una democracia plural como la nuestra, no todos pueden compartirlos, pero no debe haber ningún político en España que no los comparta y los practique; el amor a España, a su bandera, a lo que representa, es una obligación de la que nadie que ejerce un cargo de representación puede eximirse. Si les pedimos a nuestros militares sacrificios por su patria de alcances ilimitados, lo menos que merecen es nuestro respeto, nuestra admiración, y sobre todo que se sientan una parte de un gran colectivo que es España. Deben saber que ellos y todos los demás, defendemos los mismos valores y que creemos que la nación más antigua del mundo debe seguir siendo un ejemplo de coraje, valor y confianza en el futuro común. Felicidades