En este mundo de la tecnología, cada dos por tres, alguien se enfada, denuncia, persigue o amenaza a alguien. Pasamos por turbulencias, esto parece casi el enrarecido panorama político español. Esta semana, el premio limón se lo llevan un conjunto de editoriales académicas, representadas por la Asociación de Prensa Universitaria de los Estados Unidos (AAUP, que han decidido enfrentarse a Google y a su digitalización progresiva de todas las bibliotecas, por lo que consideran un proyecto que va en contra los intereses económicos de sus 125 miembros, que publican 750 diarios académicos y 11.000 libros al año. Según estos enfadados editores (ver noticia en Business Week), lo que Google hace es plantear una infracción a gran escala de los derechos de propiedad intelectual, y perjudica notablemente a sus clientes, sus autores y sus negocios. Lo que Google está haciendo y que tanto parece enfadarles es ni más ni menos que Google Print, el mayor esfuerzo de digitalización de información en los anales de la historia. Consiste en pasar por un escáner todos los libros presentes en las grandes bibliotecas, de manera que sea posible realizar búsquedas sobre ellos. Algo que dotará de una enorme accesibilidad a un contenido que, hasta el momento, era preciso rescatar de una polvorienta y habitualmente inaccesible estantería cuando se necesitaba, previa búsqueda en lugares ignotos y normalmente de caro acceso para poder conocer su simple existencia.
Los editores protestan por un tema elemental: hasta ahora, ellos administraban ese contenido, y podían cobrar lo que quisiesen por el acceso al mismo. En el caso de los denominados journals académicos, el mecanismo funcionaba, básicamente, de la siguiente manera: un autor o autores escriben algo que consideran que tiene la calidad suficiente como para ser publicado en un top journal. Lo envían a un editor, que decide qué revisores, habitualmente dos o tres, deben leer y criticar el escrito. Después, recoge las opiniones, y las compila de manera que el autor recibe una decisión: rechazado, revisión y reenvío, o aceptado, con sus correspondientes matices. En cualquiera de los casos, el autor, además del beneficio inherente a la publicación, recibe las opiniones anónimas de sus colegas, lo que le permite mejorar el artículo, un proceso de revisión múltiple que garantiza una calidad superior del producto final. Algo muy parecido, de hecho, a lo que se hace en el mundo del software libre.
Una publicación en un top journal es algo muy difícil de conseguir, que puede influir a veces notablemente en la carrera profesional de un académico. Todo académico firma sin rechistar la cesión sin condiciones del copyright al journal... no se discute con quien tiene la llave de tu promoción. Además, quieres que me lean, llegar a los interesados, y el journal es el medio adecuado. Las universidades miden celosamente el número de publicaciones de sus profesores, y compiten en base a ello. El mecanismo está, por así decirlo, en la base de todo el sistema. Un académico que se precie necesita acceso a las publicaciones relevantes en su área, y por tanto, debe pagar su suscripción o pedir a la biblioteca que lo haga. Una suscripción por un año para una biblioteca puede llegar a suponer cantidades en torno a los trescientos o cuatrocientos euros sin demasiado problema, en determinados casos, más. Los autores no cobran (a veces incluso pagan), los revisores tampoco suelen hacerlo, y se trata de un sistema reconocido por su lentitud e ineficiencia. Por otro lado, los editores de los journals tampoco es que tengan un negocio para tirar cohetes: sus rentabilidades, sin ser a veces despreciables, suelen estar más cerca del “vamos tirando” y del “amor a la ciencia” que del ciudadano Kane.
Conviene, por tanto, revisar cuidadosamente la frase de la asociación: lo que Google propone “perjudica notablemente a nuestros clientes, nuestros autores y nuestros negocios”. Por partes: ¿clientes? ¿Por qué habrían de resultar perjudicados por una accesibilidad mucho más sencilla y potente, a golpe de buscador en Internet? ¿Autores? ¿Les perjudica acaso un mayor acceso a su obra? ¿Y sus negocios? Aaaaamigo... ahí te duele. Obviamente, si mucha gente lee esos trabajos en Internet, y posiblemente gratis, tu negocio se puede ver notablemente perjudicado. El dinero no lo ganarás tú, lo ganará Google. Y si lo hace bien, bien ganado estará. ¿Pero se perjudica con ello a los autores o lectores? Sospecho que en modo alguno. Más bien al revés.