Cuando un dirigente político se pone a construir una nación, es conveniente que sea serio, pues si no se corre el riesgo de hacer el ridículo. Mas está en esa tesitura. Ninguna nación que aspire de verdad a serlo se conformaría jamás con un pacto fiscal. De hecho, el PNV nunca lo ha hecho en nombre del País Vasco, a pesar de disfrutar desde hace treinta años de lo mismo que Mas ha venido a pedir a Madrid. Ninguna se conformaría con ser encajada de un modo más o menos conforme con sus aspiraciones en una Constitución extranjera, por comprensivo que fuera su texto con esas aspiraciones.
Si los nacionalistas catalanes están de verdad convencidos de que Cataluña es una nación, pueden exculparse diciendo que todos los chantajes hasta ahora cometidos no eran más que movimientos tácticos a la espera de alcanzar la mayoría en la región. Bien, ya tienen esa mayoría. ¿A qué esperan? ¿Para qué siguen pidiendo dinero? ¿Para exasperarnos al resto y que deseemos más esa independencia de lo que la desean ellos mismos? Eso ya lo han conseguido.
Si Mas creyera de verdad que Cataluña es una nación, no habría venido con el cuento del pacto fiscal, un invento para que los empresarios catalanes puedan hacer sus enjuagues con la hacienda catalana como los empresarios vascos los hacen con las haciendas forales y que la Agencia Tributaria no pueda decir ni mu. Pero eso son los empresarios. Se supone que Mas, más allá del dinero, cree en Cataluña como nación. Y una nación, con eso, no tiene ni para empezar. Si de verdad Mas creyera que Cataluña es una nación, habría venido a Madrid a pedir la reforma de la Constitución para que los catalanes pudieran decidir si querían o no seguir siendo españoles y amenazar con proclamar unilateralmente la independencia si no se le ofrecía un cauce legal para hacerlo. En vez de eso, viene y dice que hay que adaptar la Constitución. Por mucho que la adaptáramos, seguiría siendo la Constitución española. Ese adjetivo sería un corsé demasiado estrecho para cualquier nación, si es verdad que Cataluña lo es.
Llevan treinta años pidiendo con la amenaza de separarse. Eso incluye que parte de la Constitución no se aplique en Cataluña, especialmente en lo que se refiere a la lengua, pero no sólo en eso. Ha llegado el momento en que no se les puede dar más, por ser groseramente inconstitucional, como ocurre con el pacto fiscal; y sobre todo porque nos hemos convencido de que da igual, de que, se les dé lo que se les dé, siempre querrán más. De forma que ha llegado igualmente el momento de demostrar si de verdad son una nación o no. Que proclamen la independencia, y ya veremos los catalanes que no la quieren y los demás qué hacemos. Quizá nada. Quizá mucho. Pero eso, si de verdad son una nación, no debería preocuparles, especialmente a Artur Mas.