El niño Nayem Elgarhi, un adolescente de catorce años, murió a consecuencia de disparos de la policía marroquí en las proximidades de El Aaiún. Es imposible valorar correctamente el trágico incidente porque no tenemos una versión objetiva de los hechos. Sólo disponemos de la que nos ha ofrecido la policía marroquí y de la de la familia del fallecido. Las autoridades acusan al joven de ser un delincuente común, dedicado a la venta de droga y nos cuentan que viajaba en un coche ocupado por miembros de una banda dedicada al mismo tráfico. Es posible que fuera así y todo sea consecuencia de un desgraciado accidente en el marco de la lucha de la policía marroquí contra el crimen organizado.
La cuestión es que el niño no era marroquí, sino saharaui. Y que las fuerzas del país alauita vienen llevando a cabo una dura represión de ese pueblo con el fin de que abandone el empeño de independizarse previa la celebración del correspondiente referéndum de acuerdo con la ONU. Una institución ésta por la que España siente mucho respeto siempre que no vaya en contra, no de nuestros intereses, sino de los de Marruecos.
Curiosamente, a nuestra prensa, da igual que sea de izquierdas que de derechas, el caso apenas ha interesado a pesar de que existe la posibilidad de que la policía marroquí se haya empleado con mayor violencia de la necesaria por el hecho de ser los presuntos delincuentes de origen saharaui. Podrían disculparse diciendo que tienen la normal tendencia a dar crédito a las versiones oficiales mientras no se demuestre fehacientemente su falsedad. Sin embargo, ocurre que no es así.
Imaginemos que el niño, en vez de ser saharaui, hubiera sido palestino. Y que también fueran palestinos los supuestos criminales que viajaban con él en el vehículo interceptado por la policía. Supongamos que los que hubieran realizados los disparos, en vez de ser las fuerzas del orden del país alauita, hubieran sido agentes israelíes. Y pongámonos por último en el caso de que la versión oficial judía alegara que tanto el niño como quienes le acompañaban en el vehículo tiroteado eran vulgares delincuentes dedicados al tráfico de drogas y que los policías no hicieron más que repeler una agresión.
Si todo hubiera ocurrido en Gaza en vez de en el Sahara Occidental, si el muerto hubiera sido palestino en vez de saharaui y la policía hubiera sido la israelí en vez de la marroquí, la prensa española y buena parte de la europea estarían en este momento poniendo el grito en el cielo y escudriñando la versión de las autoridades judías con el fin de encontrar lagunas y fallos con los que desacreditarla.
Me parece muy bien desconfiar de lo que cuentan los Gobiernos, incluido el israelí. Como me lo parece que los periodistas hagan lo posible por descubrir a verdad y poner en solfa en su caso a la autoridad que haya intentado engañar a la opinión pública. Lo que es inaceptable es que casi toda nuestra prensa, que niega sistemáticamente toda credibilidad al Gobierno israelí, se crea a pie juntillas cualquier cosa que nos largue la teocracia alauita. Esta diferente vara de medir resulta aun más sangrante si se considera que Israel se enfrenta a poderosas organizaciones terroristas, mientras que lo que Marruecos pretende es anexionarse un territorio que nunca fue suyo y que está habitado por un pueblo que no es el marroquí. Una vergüenza lo nuestro.