Parece que nos ha mirado un tuerto. Sólo nos falta ir al mar y que se seque. Las malas noticias se agolpan en los teletipos, a codazos, a cuál peor. Los terroristas salen a la calle. Algunos de los pocos trabajadores que tienen empleo se ponen en huelga. Los catalanes porfían por la independencia. Rajoy se hace socialista. Y la economía... Bueno, no hay bastante papel para enumerar las desgracias económicas. Y, por si todo esto fuera poco, va Esperanza Aguirre y dimite. Lo ha hecho entre lágrimas contenidas, emocionada por lo trascendental que el momento era para ella. ¿Por qué?
Porque ha querido, porque no podía más, porque ya no merece la pena, por cansancio, por la enfermedad, por sus nietos. ¿Por algo más? Quizá no. Si finalmente es Ignacio González, su delfín, quien hereda el cetro, podremos concluir que fue eso, la hartura, el es que no hay quien aguante y el hasta aquí hemos llegado. Sin embargo, aunque hubieran sido sólo esos los motivos, es difícil de creer que Mariano Rajoy, que no deja de ser el presidente del PP, no haga algo por poner en la Puerta del Sol a alguien de su cuerda. Tal intento estaría perfectamente justificado ahora que el partido está abierto en canal. Si lo intenta, y no digamos si lo logra, podrá sospecharse que esta dimisión ha sido una lapidación, como la que padeció María San Gil. Aunque es difícil imaginar dónde han podido encontrar los cantos con los que acabar con la presidenta. Con ser improbable, no es descartable. Mucho más si se tiene en cuenta la incertidumbre e indeterminación con la que Esperanza Aguirre ha hablado de su futuro. Nadie toma voluntariamente una decisión así sin tener bien claro antes a qué va a dedicar las horas.
Si todo resultara finalmente ser la consecuencia de una operación de asedio protagonizada por la banda de mediocres que hoy lidera el PP, incómoda por la libertad de opinión de Esperanza Aguirre, la noticia pasaría de mala a trágica. Ojalá no sea así y se trate tan sólo de la decisión de una mujer harta de tener que combatir a tanto enemigo y de que los peores sean los de su propio partido.
En cualquier caso, Esperanza Aguirre representaba una posible solución para España. Es verdad que la oportunidad que significaba era cada vez más remota, más improbable, menos factible, pero era real. Y cabía aferrarse a ella con más esperanza que fe. En todos estos años en que nuestros políticos, tanto socialistas como populares, han dicho y hecho tantas tonterías, siempre dispusimos de un titular salido de su boca, casi siempre lleno de sensatez y buen sentido, aunque fuera contracorriente y los botafumeiros de lo unánime la pusieran a caldo. Y eso bastaba para desmentirnos a nosotros cuando pensábamos que todos los políticos son iguales. Y nos decíamos que todos, no. Ahora será más difícil hacerlo. Incluso aunque González se haga con la presidencia de la Comunidad.