Caracas sigue sumida en desórdenes que son más el resultado de la carestía que del activismo de la oposición. La clave de la situación se halla en que el 95% de las exportaciones venezolanas son petróleo. Cuando el barril estaba a 100 dólares, había dinero suficiente para financiar los avances del socialismo bolivariano. Ahora que ha bajado a 50, no hay ni para comida. El problema, por lo demás, no es sólo lo bajo que está el precio del petróleo. Lo peor es el coste de extracción, que en Venezuela es de aproximadamente 40 dólares barril, mientras que en Arabia Saudí ronda los 10. Donde antes Maduro ganaba 60, ahora sólo saca 10. Es una tragedia.
Es cierto que Arabia Saudí, que había intentado cargarse el fracking aumentando la producción hasta que el petróleo se abaratara tanto que ya no mereciera la pena generarlo con la novedosa técnica, ha abandonado esta táctica por ineficaz. Ahora está tratando de poner a todos de acuerdo para reducir la producción y conseguir que el petróleo suba. Lo está consiguiendo sólo a medias, entre otras cosas porque a Irán, en consideración al mucho tiempo que estuvo sancionado, se le permite producir cuanto pueda y porque Rusia no está siendo muy disciplinada. El caso es que el petróleo está subiendo un poquito. Pero no tanto como Maduro necesita.
Una de las claves del golpe de Estado con freno y marcha atrás dado por el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela fue que los contratos petrolíferos con compañías extranjeras necesitan para su validez el voto de la Asamblea Nacional. Maduro está tratando de vender a compañías norteamericanas parte del negocio petrolífero del país para poder pagar la deuda. A corto plazo, el problema sólo puede resolverse con nuevos préstamos. Ahora, a la larga, la solución de Maduro es vender la única riqueza del país, su petróleo, pero no el crudo extraído, sino el derecho a explotar sus reservas. Por eso, cuando el Tribunal Supremo dio marcha atrás, añadió la autorización al presidente para que pudiera celebrar contratos petrolíferos sin necesidad de la aprobación de la Asamblea, que fue por lo que principalmente fue disuelta. Claro que, en el improbable caso de que Maduro consiguiera que alguna compañía norteamericana se fiara de él y Trump mirara hacia otro lado, la solución no sería más que pan para hoy y hambre, en sentido literal, para mañana.
Parece que la oposición no tiene la fuerza para derrocar a un régimen que no abandonará el poder por malas que sean las condiciones a las que sus políticas reduzcan a los venezolanos. La única esperanza es el Ejército, que Maduro vigila estrechamente (este jueves ha corrido la noticia, sin confirmar, de que el director de la contrainteligencia militar, Miguel Rodríguez Torres, ha sido detenido acusado de conspirar contra el Gobierno). Pero cuanto más tarden las Fuerzas Armadas en reaccionar, más peligroso será que lo hagan. De hecho, Maduro está formando su propia milicia. Qué negros son los nubarrones que se ciñen sobre nuestros hermanos.