Desde que se murió Franco, hemos vivido bajo la ficción de que España es una democracia gracias al rey Juan Carlos. El rey tuvo los méritos que tuvo, pero la verdad es que fue parte de la clase dominante del régimen anterior la que comprendió que, con rey o sin él, el franquismo no sobreviviría a su fundador y era mejor que, para terminar siendo una democracia, fuera una monarquía parlamentaria fruto de la reforma antes que una república salida de la ruptura. Suponía aquella derecha que el rey sería siempre un último e insalvable valladar frente a las voluntades de colectivización y disgregación de socialistas y nacionalistas. Y para que el rey pudiera cumplir esa función de valedor último de una España vagamente capitalista y poco más o menos unida tenía su figura que estar protegida de todo avatar.
Sin embargo, no hubo que frenar ningún deseo de colectivización de los socialistas en el poder ni voluntad secesionista alguna por parte de los nacionalistas. Los primeros se dejaron vencer por la codicia y se dedicaron a disfrutar de las muchas prebendas que un régimen económico tan intervencionista como el de Franco, que había quedado intacto, podía proporcionar a gobernantes sin escrúpulos. Y los segundos decidieron posponer la ruptura de España hasta ver cuánto podían sacar de la venta de sus votos a todo Gobierno que necesitara completar su mayoría. Y socialistas y nacionalistas se unieron a la derecha en su trabajo de proteger al rey como exponente máximo de ese sistema que tantos beneficios les proporcionaba.
Los grandes medios de comunicación que todos ellos dominaban se unieron a esa labor. Entre las muy distintas formas que arbitraron estuvo la de presentarlo como el gran broker que conseguía para los empresarios españoles grandes negocios en el exterior. Hace nada, todos aplaudimos el que hubiera logrado el encargo de hacer el tren de alta velocidad que ha de comunicar La Meca con Medina. Sin embargo, algo ha cambiado. Cuando El Mundo cuenta cómo Corinna intervino como intermediaria en el intento de Lukoil de hacerse con el control de Repsol, aparentemente la noticia es que la princesa de opereta intervino en la frustrada operación, cuando lo que de verdad se cuenta es que el rey estaba interesado en que se cerrara una compara que Gobierno (PSOE) y oposición (PP) consideraban contraria al interés nacional. ¿Dónde está ahora el maravilloso papel del rey consiguiendo negocios para las empresas españolas? ¿Dónde está su capacidad de abrir puertas y mercados? ¿Dónde están los muchos beneficios que sus gestiones han proporcionado a la economía española? Ahora parece que lo único que queda es la insinuación de un vago interés personal acompañado de un equivalente desprecio al interés nacional, ése tan ardorosamente defendido por esos apasionados patriotas que son Zapatero y Rajoy.
Francamente, no sé qué me repugna más, si la babosa adulación de antes o el vitriólico vituperio de ahora. Quizá nuestro rey sea un saco de vicios inconfesables, pero a lo mejor lo es porque es el rey que sus súbditos merecemos.