Doscientos mil españoles han acudido a la plaza da Colón a arropar a las víctimas pocos días después de haber recibido en la cara el salivazo de la sentencia de Estrasburgo. Siendo muchos, son muy pocos. No ya es que las víctimas estorben al Gobierno, es que estorban a muchos españoles que creen que, si para garantizar "la paz" hay que excarcelar etarras, que los excarcelen. No sólo es el electorado del PSOE, es también una parte de los votantes del PP. En cualquier caso, son muchos los que aprueban la negociación y sus resultados. Durante la primera legislatura de Zapatero hubo numerosas manifestaciones contra la negociación con ETA y a ellas acudieron muchas más personas que a la concentración de este domingo. Y fue inútil. En las siguientes elecciones, en 2008, Zapatero volvió a ganar. Entonces, Rajoy se dio cuenta de que apoyar a las víctimas no da la victoria. No sólo, sino que muy bien puede vencerse vilipendiándolas.
Estos numerosos españoles, que fingen no ver a las víctimas como los viandantes pudientes fingen no ver a los mendigos, pueden creer que a fin de cuentas no es tanto lo que se concede a los terroristas a cambio de que dejen de matar. El único inconveniente que perciben es que lo que la ETA pide para dejar de matar ofende a las víctimas. Por eso las consideran como un obstáculo para "la paz". El problema sin embargo no es que la excarcelación de etarras sea una concesión más o menos asumible. El problema es que es una concesión. Y encima ofende profundamente a los familiares de aquellos a los que los terroristas excarcelados mataron. Es verdad que está el pretexto de Estrasburgo, pero el que el Estado se haya dado con los talones en el trasero para liberarlos demuestra a las claras que la sentencia es un pretexto para cumplir una obligación previamente contraída. Contraída por Zapatero y avalada por Rajoy. Los dos son sin duda unos cobardes, pero tienen el igualmente cobarde respaldo de muchos españoles, a quienes les parece aceptable con tal de que la ETA no vuelva a las andadas. Y las víctimas, que se fastidien, que de lo que se trata es de que no haya más.
Los españoles son hoy rehenes de los terroristas. Aceptan su presencia en las instituciones y conceden que salgan de la cárcel a cambio de que no les maten. Las víctimas, en cambio, son libres porque a ellas no pueden amenazarlas con hacerles lo que ya les hicieron. Y recuerdan al resto algo tan sencillo como que los terroristas son terroristas y que donde deben estar es en la cárcel, tanto tiempo como la estricta interpretación de la ley permita. Pero el Gobierno y la mayoría de los españoles, atenazados por el miedo y aconsejados por la cobardía, no quieren escuchar. Al contrario, darían algo por que las víctimas se mantuvieran en silencio. Pagarán caro no haber querido escuchar su grito cuando no haya más huesos que arrojar al lobo etarra.