El hombre apenas había probado bocado. No había cambiado ni dos palabras con su esposa durante la comida. Se acomodó en su sillón favorito y encendió un habano mecánicamente, sin disfrutar de la liturgia, como un acto reflejo. Sorbió un poco de café. Se limpió el bigote con una servilleta con las iniciales del Palacio de La Moncloa. Se rascó la barba cana y se mesó el cabello zaino sin caer en lo ridículo que resultaba tan chocante contraste. Las preocupaciones lo abrumaban. Dejó el puro a medio consumir en un enorme cenicero con el escudo de España y cerró los ojos para buscar cierto alivio en la oscuridad. En unos instantes, se durmió.
Tras unas horas de reparador sueño sintió una mano sobre su hombro. Se sobresaltó y se volvió. Vio el enjuto rostro de un hombre menudo que le sonrió con timidez. Su rostro le resultó vagamente familiar, a pesar de ir vestido como un fantoche, cubierto de terciopelos y enfundado en unos espesos leotardos.
–¿Quién eres? –le preguntó
–¿No me recuerdas? Soy Nicolás. Ya nos hemos encontrado en otras ocasiones.
–Maquiavelo, por Dios. No te había reconocido. Cada vez estás más delgado.
–Y tú cada vez estás más gordo.
–Menos mal que has venido. He tenido una pesadilla horrible.
–¿Qué has soñado?
–He soñado que Aznar volvía a quitarme lo que me dio. Que mi grupo parlamentario empezaba a votar en contra del Gobierno y me obligaba a dimitir. Y Aznar se reía, sin pausa. Y Ana Botella se desternillaba con grandes aspavientos. Y finalmente lo investían presidente de nuevo. Y a mí me echaban. Y todos me evitaban y no podía ir a ningún restaurante o sitio público sin que me abuchearan. Menos mal que tan sólo era una pesadilla.
–Por ahora.
–¿Cómo que "por ahora"?
–Digo "por ahora" porque quiere volver.
–¿Lo dices en serio?
–Absolutamente. Y tiene motivos para querer hacerlo. Como los hay para que lo desee tu partido. Y no te digo para que lo ansíen tus electores.
–Eso no es posible. Se fue para siempre.
–Nada es para siempre. Has mentido, has defraudado a todos. No has cumplido una sola promesa de las que hiciste. ¿Qué esperabas?
–¿Qué otra cosa podía hacer? El déficit estaba por las nubes, la prima de riesgo…
Nicolás no le dejó continuar:
–¿Y el aborto? ¿Y el matrimonio gay? ¿Y la Justicia? ¿Y…?
–Estoy arreglando lo de la educación.
–¿Y Bolinaga?
–Sabes tú que eso no tenía más remedio que hacerlo.
–Has mentido por toda la barba y tienes que expiar tu culpa. Asume como un hombre tu pena y prepárate a dimitir.
–¿No lo dirás en serio?
–Es el fin, Mariano. La mentira puede ser un instrumento de la política, pero no puede ser la base de una política.
Al hombre se le congeló el rostro y se le humedecieron los ojos. Sólo acertó a murmurar:
–No hay derecho, no hay derecho.
Maquiavelo, de repente, cambió el semblante severo por una sonrisa de complicidad:
–Sin embargo, todavía puedes hacer algo.
–¿Qué? ¿Qué? Haré lo que sea.
–Sólo hay una solución.
–¿Cuál?
–Has de enfangar el pasado del partido. Eso te llenará de barro también a ti, pero tú ya eres presidente del Gobierno y lo que necesitas es que todos los que pudieran sustituirte aparezcan ante la opinión pública tan cubiertos de porquería que no tengan legitimidad para sustituirte. El partido es el que puede destituirte, ¿no?
–Sí, estoy en manos del partido.
–Pues bien, hunde al partido antes de que el partido te hunda a ti.
–¿Cómo?
–Llama a los que te sean más fieles y diles que cuenten todo lo que sepan de los trapicheos de Bárcenas y de la Gürtel. Que se refieran especialmente a los antiguos, a la época en que el partido estaba presidido por Aznar. Que procuren no mencionarte, pero que lo hagan si no hay más remedio, sobre todo si se refieren al pasado. Por mucha responsabilidad que tuvieras entonces, mucha más tenía Aznar, que es a quien debes temer en estos momentos.
–¿Estás seguro de eso?
–Segurísimo. Con el partido hundido entre boñigas no habrá fuerza para sustituirte. Al contrario, todos se reunirán en torno a ti como única fuente de poder.
–Pero si el partido se hunde por corrupto, yo también me hundiré.
–Es posible, no lo niego –dijo el filósofo encogiéndose de hombros–. Pero eso será en 2015. De momento te habrás salvado y nadie pondrá en duda tu liderazgo. Así podrás llegar por lo menos hasta las elecciones.
–Para perderlas.
–No necesariamente. Si tienes suerte y la economía se arregla y el paro desciende, nadie se acordará de Bárcenas y de los sobresueldos que pagaba en una época que no era la tuya, sino la de Aznar. Si arreglas la economía te volverán a votar. Y si no la arreglas, con Bárcenas o sin él, con sobresueldos o sin ellos, no podrás volver a ganar las elecciones. Así que no tienes nada que perder. Tira de Bárcenas y hunde al partido y de paso a quienes te quieren mover la silla. Ya habrá tiempo para recuperarse, si es que eso de subir los impuestos te da resultado y sirve para arreglar la economía del país, que no lo tengo yo muy claro.
–Suena bien. Suena inteligente.
–Claro que suena bien. ¿Con quién crees que estás hablando? Tira de Bárcenas y de Gürtel y acaba con Aznar. Si no, él acabará contigo.
De golpe, el hombre sintió un sobresalto y sintió como si volviera a despertar. Nicolás ya no estaba. Lo que estaban era sobre la mesa baja el montón de periódicos con la cara de Aznar con mirada recriminadora por las promesas incumplidas. Volvió a darle vida al cigarro e inhaló con fuerza. Al menos ya sabía qué era lo que tenía que hacer.