En los ambientes de derecha (o de centro-derecha, para los lilas) ha provocado gran alborozo, casi embriaguez, la noticia de que el Tribunal Supremo se propone empitonar a Garzón por un supuesto delito de prevaricación cometido cuando investigaba delitos obviamente prescritos y amnistiados al haber sido cometidos durante la Guerra Civil. A mí, en cambio, me huele a chamusquina. No puede ser casualidad que esto haya ocurrido a los pocos días de haber acordado el PSOE y el PP poner tasa a la jurisdicción universal de nuestros tribunales.
Me pasa lo mismo con la decisión del Tribunal Constitucional que ha tirado abajo la sentencia del Supremo que prohibía la lista etarra para estas elecciones europeas. Y encima, la decisión ha sido adoptada por unanimidad. Decididamente sospechoso.
Mientras tanto, en Estados Unidos, Obama designa a una hispana, Sonia Sotomayor, para ocupar en el Tribunal Supremo de aquel país la vacante dejada por la dimisión de David Souter. Fijarse en el origen hispano de la designada como prueba del espíritu revolucionario de Obama es una superficialidad sólo al alcance de El País. Bush nombró a Alberto Gonzales fiscal general del Estado y la gente de Prisa no vio en ello nada revolucionario.
Importa más investigar qué opiniones tiene Obama acerca de la justicia. En su libro La audacia de la esperanza, que hace falta ser cursi, se lee: "Últimamente, sin embargo, estoy de acuerdo con la visión que el juez Breyer tiene de la Constitución, esto es, que no se trata de un documento estático, sino vivo y debe ser interpretado en el contexto de un mundo cambiante". Esta frase resume a la perfección el programa de la izquierda occidental respecto de la justicia. Renuncian a cambiar las leyes, especialmente las constituciones, cuando se trata de reformas que los ciudadanos podrían rechazar. En su lugar pretenden que "sus" jueces lean las leyes vigentes torciendo su sentido bajo el pretexto de estar haciendo una "interpretación actualizada" de ellas. Esto es lo que Obama espera de Sonia Sotomayor y esto es lo que sobresale en su designación, no que sea de origen hispano.
En España, pasa lo mismo. Dice la Constitución: "El hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio". Siempre dice "los españoles tienen derecho" y nunca emplea la expresión "el hombre y la mujer" salvo para otorgarles el derecho a contraer matrimonio. Y, sin embargo, el Constitucional, para hacerle la pelota al Gobierno, dice que no hay en la Constitución ningún obstáculo a los matrimonios entre personas del mismo sexo a pesar de que, si así fuera, diría "los españoles (y no el hombre y la mujer) tienen derecho a contraer matrimonio". ¿Por qué no reformaron la Constitución para que ésta permita abiertamente los matrimonios de homosexuales? Pues porque reformar la Constitución es una lata. Entre otras cosas, habría que someter la reforma a referéndum si lo solicita la décima parte de los diputados o de los senadores.
Esto es lo que viene: transformación de la sociedad empleando como instrumento jueces obedientes de los que poder prescindir cuando ya no sean útiles acusándoles precisamente de hacer lo que previamente se les ha pedido que hagan. Los que hoy se dan con los talones en el trasero para acudir en socorro del Gobierno deberían fijarse en como pelan las barbas de Garzón para ir poniendo las propias a remojar.