La manifestación del día de la Diada puede tener todas las consecuencias terribles que se quiera, pero sí ha traído una buena nueva. Al fin, el nacionalismo catalán, después de treinta y cinco años de mentiras y deslealtades, habla con sinceridad. Quieren la independencia. Por mí, ya están tardando en proclamarla.
No merece la pena tratar de convencerles de que no les conviene económicamente. Siempre pensarán que les estamos engañando. Y además, a muchos de ellos no les importa lo que les cueste. Por otra parte, a largo plazo, no hay forma de saber cómo les irá. Ellos dan por hecho que serán la Suiza del Mediterráneo. También podrían acabar convirtiéndose en el Kosovo de Iberia. ¿Quién sabe? Tampoco hay razón para alegar que no hay cauce legal para la secesión porque siempre habrá forma de arbitrarla jurídicamente. Ni vale esgrimir los muchos problemas que tendrían que resolver, pues estando el independentismo basado en un sentimiento, toda dificultad, económica o no, parecerá poca cosa a cambio de la tierra prometida y el fin de la travesía del desierto.
Dicho de otro modo, ha llegado el momento de que sean independientes. No tiene sentido que los españoles continuemos viendo el trabajar allí como una condena a galeras, o sigamos teniendo que aguantar silentes y respetuosos los pitidos y abucheos a nuestro himno y a nuestro rey o nos veamos obligados a bajar la cabeza avergonzados cuando, encontrándolos por el extranjero, nos aclaran que ellos no son españoles, sino catalanes. Pues que dejen de verdad de serlo. Así, ir a trabajar allí no será peor que hacerlo en Francia o en Italia. Y cuando piten nuestro himno, tendremos también nosotros la ocasión de abuchear el suyo cuando suene en un estadio español. Y si nos los encontramos en el extranjero, será como cruzarse con unos suizos o unos kosovares y no habrá oportunidad de que nos avergüencen.
Ya no es cuestión de si se equivocan o aciertan. Tampoco importan los puntos de PIB que bajemos unos y otros como consecuencia de ello. Pasa que no nos aguantan y, probablemente, nosotros a ellos, tampoco. Llevamos perdidos un montón de puntos de PIB por mantener un carísimo Estado de las Autonomías que tenía por único objetivo que se sintieran cómodos entre nosotros y no lo están. No lo están en absoluto. ¿Para qué insistir? Seguir juntos podría a la larga ser tan inconveniente como separarse lo es a la corta.
Sólo pido no tener que contemplar el espectáculo de los equipos españoles de fútbol rogando al Barça que siga jugando la Liga española para no perder un euro de los ingresos que hoy generan entre todos. Si ellos carecen del mínimo sentido de la dignidad y lo piden, como dice Rosell que hará, espero que en España quede el orgullo suficiente para conformarnos con jugar nuestra liga entre quienes quedemos, seamos pocos o muchos, ricos o pobres. Goodbye, Catalonia.