Aunque estamos en Europa Occidental, no somos un país rico. Tampoco somos un país influyente. Ni puede decirse que seamos un país serio. Pero, al menos hasta ahora, nadie hubiera dicho que éramos una república, o si quieren una monarquía, bananera. Pues estamos a punto de convertirnos precisamente en eso.
Soy radicalmente contrario a las leyes antitabaco, que me han obligado a dejar de frecuentar mis restaurantes favoritos. Creo que debería permitirse a bares y hoteles decidir la clase de espacio, con humos o sin ellos, que desean ofrecer a sus clientes. Y, en cualquier caso, como fumador de puros, lamento no poder disfrutar de mi vicio después de comer en mis locales preferidos, no porque el dueño haya decidido no permitirlo, sino porque lo hayan prohibido las autoridades de mi país. Pero el caso es que éstas, elegidas democráticamente por todos los españoles, han resuelto que en España no se pueda fumar en locales cerrados abiertos al público. La prohibición se funda, con razón o sin ella, en la necesidad de preservar la salud de los no fumadores, incluso la de los fumadores.
Ahora, sin que se haya alterado la percepción que el Gobierno tiene de lo malo que es el humo del tabaco, se pretende modificar la ley para que se pueda fumar en los casinos de Eurovegas. Esta modificación es indispensable si se quiere que la enorme inversión que el proyecto implica se lleve a cabo, pues el magnate promotor exige como condición sine qua non que los jugadores puedan fumar, ya que supone que, de no poder hacerlo, acudirán en inferior número. La ministra de Sanidad, apremiada por las autoridades de la Comunidad de Madrid, está estudiando el modo de modificar la ley para que Eurovegas se instale finalmente en Madrid.
Es intolerable. Se supone que esa ley, que tanto ha perjudicado al sector de la hostelería español, se aprobó para proteger la salud de los españoles. Y se supone igualmente que esa salud es un bien superior al bienestar económico de los empresarios y trabajadores del sector. Ahora que viene un Mister Marshall a rociar de millones nuestra empobrecida economía, el Gobierno decide que le den morcilla a la salud de los españoles si para que haya inversión hay que dejar fumar a quienes acudan a esos casinos. De lo que resulta que un Gobierno al que le importan un pito los intereses económicos de decenas de miles de empresarios hosteleros españoles se rinde al de uno solo que viene de los Estados Unidos, aunque, eso sí, a hacer una inversión de muchos millones. Una de dos, o la ley antitabaco se aprobó a la ligera y se ha mantenido en vigor por un superficial deseo de parecer progre o, si de verdad lo fue por proteger la salud, resulta que ésta deja de tener importancia si se cruza una suma de dinero suficientemente cuantiosa. Ya sólo falta que se instale aquí la United Fruit Company y que se vea bien claro lo que de verdad somos, una república, o mejor dicho, una monarquía bananera.