Al fin, las hordas de calentófilos que trataron de entrar en la cumbre a cantarle las cuarenta a los líderes mundiales porque no terminan de convertirse a la iglesia de la calentología, han visto llegar a su líder natural a la ciudad de la Sirenita, capital del ecologismo por unos días. Este jueves llegó y finalmente habló el sumo sacerdote de la nueva religión, un español universal, luminaria de la divina izquierda, martillo de curas, meapilas y oscurantistas. Al fin se hizo la luz en Copenhague. Hasta allí llegó y habló el hijo del viento, José Luis Rodríguez Zapatero.
Con su verbo, el gran ecólogo iluminó toda la ciudad por unas horas, por unos días, seguramente por unos meses, y eso sin que Sebastián suministrara a los daneses ninguna bombilla de bajo consumo. La clara y trasparente labia del presidente iluminó la ciudad sin consumir un watio, sin malgastar un ohmio, sin desperdiciar un voltio. ¿Qué fue lo que peroró el hijo del viento? Fácil es reproducirlo y difícil glosarlo y mejorarlo. Hagamos lo primero y limitémonos a intentar lo segundo.
El hijo del viento nos ha pedido que empujemos una nueva era energética. No ha pedido que alumbremos, ni siquiera que demos comienzo a esa nueva era, sino que la empujemos sin saber muy bien si es para que caiga o para que tropiece. Pero ha explicado por qué. Porque si fracasamos, todos perderemos. ¿Qué perdemos? El hijo del viento habla con lengua suelta, pero oscura por momentos y no ha querido explicarlo.
No obstante ser como sin duda es el hijo del viento bondadoso y comprensivo, también sabe amonestar a sus pupilos y aprendices cuando éstos alborotan o no prestan atención a sus sabias enseñanzas. Por eso, advirtió a Estados Unidos y a China de que no pueden fallar en esta cita histórica ni eludir sus compromisos con el mundo. Los oyentes boquiabiertos se preguntaron cuáles serían esos compromisos que en su ignorancia desconocían.
Y al fin el gran anuncio. Una nueva era energética ha de nacer en nuestros días. Tras la era del carbón y la vigente era del petróleo, ha de llegar una basada en el ahorro y la eficiencia energética. Unos pocos asistentes, pobres ilusos, creyeron entender que el hijo del viento quiso decir que la nueva era seguiría siendo la del carbón y la del petróleo, pero gastando menos. Una era, añadió para que se entendiera mejor, basada en al democratización de la capacidad para producir energía. Al parecer, la era de un hombre, un voto será sustituida por la de un hombre, una caloría.
El hijo del viento sacó a relucir todas sus energías para pedir, que digo pedir, reclamar y aun exigir un esfuerzo global a todo el planeta para resolver un problema que no puede resolverse con ataduras estériles a lo inmediato. Y todos sabemos cuán estéril es estar atado a lo inmediato.
Sin embargo, lo mejor del discurso ha sido el final. Nos convoca la ONU y la ciencia y tenemos la posibilidad de crear un orden internacional en paz, equilibrio y justicia. La Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento. Es una lástima que no hubiera rematado con la pregunta retórica ¿y qué es el viento? Y luego habérsela contestado diciendo que "es el aire en movimiento, queridos y estimados terrícolas". ¡Qué pico de oro!